viernes, junio 20, 2014

Apocalipsis



“Como el último se olvidó de desconectar las máquinas,
desde entonces seguimos funcionando.”
Marco Denevi


            Nadie lo pensó al principio, pero las oleadas de asesinatos de niños apuntaban a algo siniestro más allá del mismo acto. Casos y más casos de maltrato y negligencia resultaban en terribles masacres de niños y niñas. Ahorcados, ahogados, fusilados, envenenados, por sus propios padres en la gran mayoría de los casos. Pasaron los años y se decimó la generación de niños para espanto de los ancianos. Maestros, trabajadores sociales, pediatras y hasta las tiendas de juguetes tuvieron que declararse en quiebra. Luego, los ancianos empezaron a suicidarse: choques desastrosos sin uso del cinturón, sobredosis de medicamentos, ahorcamientos, y los más sensacionalistas cruzaban la calle para ser atropellados o se arrojaban de puentes en medio de avenidas concurridas. El gobierno tenía que hacer algo, sino sería el primer país del mundo con la tasa de mortandad más absurda.
            Todos los mandatarios se sentaron en sus butacas italianas en piel, algunos acompañados de sus mascotas, asistentes o incluso, de sus amantes que asumían roles de secretarias o guardaespaldas. Entre infanticidios y suicidios, el país quedó declarado en estado de emergencia. Ningún ciudadano tenía permiso para abandonar el país y no habría entrada de extranjeros a menos de que se tratase de agentes de la ONU o representantes médicos solicitados por el propio gobierno. Hasta instauraron un programa de incentivos a los residentes y un perdón fiscal de deudas, pero las madres seguían empeñadas en asesinar a sus niños. Hubo casos de confabulación entre padres y abuelos. Un estado de alarma, estado de sitio y toque de queda fue la orden inmediata antes de que el presidente se suicidara al arrojarse al vacío desde la oficina de su esposa, a quien había encontrado muerta minutos antes. En ese mismo momento el Asilo de Ancianos Nacional fue baleado por uno de sus enfermeros, quien luego se ahorcó utilizando la sábana de uno de los pacientes. El gobierno tenía que hacer algo.
            A la que una mujer concebía un hijo, se lo arrebataban. El país necesitaba gente que lo pueble, gente que produzca, consuma, que permita el curso natural de la sociedad; de allí que los niños y los recién nacidos se custodiaran cuidadosamente.
            Todos los miembros del gobierno comenzaron a medicarse con una suerte de metanfetaminas, antidepresivos y diuréticos para evitar otra tragedia similar a la del presidente. El gobierno tenía que mostrar salubridad y estabilidad para evitar posibles intervenciones extranjeras; la comunicación con el exterior también se restringió.
            Cada niño fue extraído de sus hogares, cada niño recién nacido era transportado a unos condominios monitoreados y asistidos por asociados del gobierno, aun la propia hija del presidente. El edificio, custodiado con mayor diligencia que el sistema penal, cayó por las propias manos de quienes lo velaban. Peor que una carnicería, dicen algunos conserjes que lo único que se escuchó una tarde fueron alaridos y llantos, tantos y tan intensos que de inmediato llamaron a la policía y allí el ejército abaleó a gran parte de los empleados para salvar a los 144 niños y niñas que sobrevivieron la masacre. El gobierno ya no sabía qué hacer.
            Después de largas sesiones con diferentes diplomáticos y representantes de los estados y países extranjeros, una delegación de ciborgs hizo aparición en los Asilos Nacionales, Orfanatos de Distrito y Hospitales. Ante tal barbarie tétrica, solo unos entes desligados a lo corpóreo y emocional del ser humano podían solucionar esta crisis macabra y apocalíptica.
            Así, los orfanatos fueron rediseñados, utilizaron unos amplios edificios de veintena de pisos y destinaron el último para los recién nacidos. Allí una dula y enferma ciborg asistían a la lechera, una máquina hermosamente confeccionada que hacía el simulacro de una reina de belleza a no ser por el espanto de ser un torso tendido sobre cables que servían para mantener a los infantes lactados. Lo último en la tecnología, esos prototipos mecánicos podían realizar exámenes de sangre, orina y excreta al mismo tiempo que el bebé lactaba. Las asistentes bañaban y atendían las demás necesidades fisiológicas de los recién nacidos, quienes permanecían la mayor parte del tiempo en una cunita que simulaba una nube de confort, que emanaba feromonas humanas y que emitía los sonidos de los latidos y actividad digestiva, que los infantes a nivel fetal estaban acostumbrados a escuchar.
            De ese modo, según los niños crecían, iban siendo trasladados a los pisos inferiores que cada vez aparentaban más y más la realidad humana: parques, escuela; las y los ciborgs eran físicamente tan reales y tan humanos como la Junta de Gobierno, que miraba vía satélite la nueva población de humanos que teóricamente resolvería el problema de la extinción de la población del país.
            No obstante, el carácter espontáneo y curioso, natural del ser humano, fue subestimado y numerosos niños fueron asesinados al intentar escapar del Orfanato. Solo aquellos que fueron creciendo desde la lechera mantenían un nivel de conformidad saludable y vital para el triunfo del proyecto de repoblación. Criados por ciborgs, aquellos niños eran disciplinados, intelectuales y atléticos; correctos, comedidos y tranquilos; saludables, considerados, en fin, buenas personas.
            Con lo que no contaba el gobierno era con los grupos disidentes que se escondieron en cuevas para criar y procrearse del modo antiguo. En grutas, troncos de árboles y bajo la tierra, iban escribiendo la historia de los ancestros, reclamando el derecho a vivir. Ya para la décima generación, el gobierno envió al ejército para terminar a los disidentes y así fue, salvo uno de los grupos: el nómada.
            Los Nómadas, por su condición clandestina y errante, no estaban al tanto de ser el único grupo que mantenía las costumbres ancestrales. Pero bien sabían que la orden era clara: todo civil que no mostrase los tatuajes del país o que llevara a un menor, debía ser matado en el acto. De este modo, la Junta Gubernamental se aseguraba de que los padres siguieran llevando voluntariamente a sus hijos al cuidado del Estado. No te alejes, no hagas ruido, no seas visto, no dejes rastro: normas esenciales, quien las quebrantaba era asesinado por el mismo grupo de Nómadas. Todos seguían el protocolo, salvo los adolescentes más aventureros, como Suix.
            Asimismo, los adolescentes que estaban recluidos en los pisos inferiores de los Orfanatos de Distrito, dentro de su orden y consideración por el otro, y además, por el deseo innato de sobrevivir, se mantenían día y noche en el piso que les correspondía y no tenían mayor diversión que ejercitarse  o cocinar. Todo hasta que un buen día LZ34 decidió escapar.
            El ingenio y deseo de libertad en el ser humano es algo muy complejo para una máquina, por más humana que parezca. Igualmente, el sistema de seguridad del Orfanato fue la mejor medida que desarrolló el gobierno. Verjas electrificadas, perros mecánicos con sensores infrarrojos, cristales inquebrantables y todo tipo de sistema de alarma, prevenía el escape y amenazaba con la muerte a todo el que quisiese escapar. De modo muy subconsciente todos los niños lo sabían, pero aun así LZ34 quiso abonar a ese deseo de ver qué había tras los altos muros y por suerte, inteligencia y gracia, lo logró. Tras arrastrarse, enfriar su cuerpo con mantas y camuflarse como un ciborg mensajero, logró salir de aquel alto edificio que le sirvió de cárcel toda su vida.
            Después de correr, y huir, y huir, y huir. Suix oyó un ruido entre los matorrales que lo aterró: LZ34. Ambos se miraron aliviados y emocionados. De qué grupo eres, también te escapaste, donde están los demás. LZ34 muy derecho y serio abrió sus ojos exageradamente y no contestó nada. No te asustes, estamos bien… a salvo. Mirando de reojo, LZ34 se dejó llevar por Suix, y fue escuchando detenidamente la cronología y problemas de los disidentes; en algún momento los consideró traidores de la patria, pero ya no.
            Se sentaron agotados, Suix sonreía sin parar ante los comentarios simples y robotizados de LZ34, lo consideró un ilegal de la isla vecina. LZ34 brincaba de susto ante las carcajadas, se alejaba del tacto de Suix, pero ambos miraron el atardecer suponiendo que cada cual regresaría a su grupo al día siguiente. Mientras Suix dormía, LZ34 practicaba sonreír.






“Apocalipsis”. Contratiempo. 115 (junio 2014): 22.

No hay comentarios.: