ni los
amblancandoipos, ni las erpámides, ni los auglacios
parecen entender
el concepto de la burla. cuando se les indaga,
todos coinciden en
sonreír al ipad y abrazar con ternura
al antropólogo. su
grado de inocencia es inaudito.
Carmen R. Marín
Cosmogonías y otras
sales (Corpus, 2014) de Carmen R. Marín establece diálogos en los que el
Arte, la Filosofía, la Semiótica y la Teología convergen en un modo lúdico,
terrible y conmovedor; en esta desembocadura se narra la trayectoria
existencial de la mujer como sujeto, un ser imaginario y plural, pero que a su
vez integra un discurso metafísico, maravilloso y peligroso. Son esas las
dimensiones discursivas en las que la ideología y el metalenguaje conforman una
mirada a la poesía misma. De este modo
me acerco al texto que ofrece deconstrucciones de lo que son los mitos
asociados a la mujer, a la literatura misma, y al lenguaje.
La mujer de
Lot se levanta como símbolo paradójico de la relación desigual en los mitos
fundacionales, y que se refleja en la violencia de las relaciones
interpersonales disfuncionales: “es la rabia de atestiguar la bala que vuela y
corroe en el esternón, donde se alojaban, justo anoche, la tregua a ese miedo
añejo y la posibilidad del amor” (8). Se plantea de esta manera el derecho a
odiar y el alivio de dejar sufrir como coordenadas de un ser que también ama
plenamente, que con elocuencia hace monumentos a las espaldas, a los cuerpos; y
es que hay mitos que descansan en la justicia poética de la venganza. La
presencia traumática de la violencia es referida metonímicamente a la presencia
del revólver (también símbolo fálico) que se repite en algunos textos, así como
la violación y el abuso. “Formulario para un suicidio” es un análisis ingenioso
y justo a las tendencias suicidas, sobre todo aquellas que resultan de la
violencia. Como resultado, los espacios a veces se reducen y se convierten en
planos citadinos que, llevados a un cuestionamiento del lenguaje, se tornan en
elementos oníricos que rayan en la experimentación de un nuevo código poético: el
de la resiliencia.
Es en esa
resiliencia que resalta lo que Julia Kristeva (1974) nominó como la revolución en
el lenguaje poético, la literatura como discurso reconstructor del sujeto. En
una recreación cortazariana, el texto propone una tipología de los sujetos
femeninos subyugados a los discursos reductores de la sociedad, son unos Otros
no adscritos a la subjetividad de la voz poética: las erpámides, las amblancandoipos
y los auglacios; a los cuales aludimos en el epígrafe de este artículo. Esos
sujetos deformados se ponen en tensión en el texto, son las víctimas de los
discursos formativos que se quieren revertir; inconscientes de la burla y de la
capacidad de reinvención que tiene el lenguaje. Ese examen sobre la potencialidad
formativa de los discursos cosmogónicos se trasluce desde el libro mismo.
El libro nos
asalta como objeto, una pieza de arte. Coquetea con mis recuerdos de los pop-up books que adoraba de niña, pero
el rostro adulto de la portada que centra la mirada en los labios de la mujer
hace saber que de infantil aquí no hay mucho, que presentará un discurso femenino
–cosmogónico por su título– y salado como la estatua de la mujer de Lot.
Ciertamente la editorial Corpus le hizo justicia a la propuesta de Carmen R.
Marín al concretizar un libro que, como matrioska, las innumerables voces
femininas que lo componen revelan (a lo caja de Pandora) cómo se han definido a
las mujeres, y que cuestiona los textos formativos –los mitos, las concepciones
sobre la poesía, y el libro mismo como objeto tangible en la experiencia
poética.
El texto comienza con “Cosmogonías” donde enuncia: “ella
hizo llover con sus palabras y se quedó seca. por eso le han atribuido a él la
creación, los mundos y castigos, la felicidad y las pecas; a él que no pinta
nada, que estaba durmiendo la siesta” (1). La apropiación del texto fundacional
es enternecedora y sumamente transgresiva; supone devolverle a lo femenino su
gesta creadora y lumínica. Este diálogo con las doctrinas derivadas del
judeocristianismo devuelve la voz a lo femenino y con voz, se alude al poder vital
y reivindicador de la palabra; papel que asumirá el escrito como propuesta
artística.
Este libro es un retomar de las palabras en el sentido
alegórico. Se enuncia un discurso silenciado que a su vez fluye de modo orgánico
y catártico, revolucionario. Acusa el lenguaje y sus metáforas, se toma aquello
que fue usurpado: el rol transcendental que ha de tener la mujer como gestora
de su propio discurso, como apoderada de la creación del universo simbólico que
configura su propia existencia en el imaginario popular y ancestral. Así, otro
matiz discursivo que es latente en el texto es el de un contradiscurso
compasivo, pero burlón, contestatario y exigente hacia el dios patriarcal
(¿metonimia del lenguaje?; “el Verbo era Dios”, dice Juan 1.1). Se muestra un
dios humanizado que detesta ese rol de embajador de la muerte por quedarse
corto de palabras. De otro modo, la muerte (el silencio) aparece a veces como
una posible solución aletargada, pero posible. Estas cavilaciones existenciales
se manifiestan también en la gramática del texto: la supresión de las
mayúsculas, la insistencia de los puntos finales. Todo esto subraya unas
carencias: “espejismo[s] de cielo” (5), que se encierran en una reconvención en
la que también convergen la ensoñación y la memoria.
Entonces, Cosmogonías
y otras sales es también una denuncia a lo que sufre la mujer por la
Iglesia, la sociedad, la vida, el exmarido, el lenguaje mismo; en el juego
anecdótico hay un entrampamiento que hace del lector un cómplice, un aliado en
esta rebelión ante el lenguaje y con el lenguaje. “historia de la
alfabetización” es un mito que enlaza la experiencia humana de la privación, el
encierro y la tortura al poder liberador de la enunciación y de la caricia, así
se lleva a la erradicación del opresor en los discursos, relata: “ella pasó a
la escritura en torno a la cual se elevaría una sociedad avanzada en cuya
subterra se sembró el alfabeto y con él, logos quedaría desprovisto de toda
preeminencia en la historia” (13). No obstante, demarca insistentemente la
insuficiencia del lenguaje, que paradójicamente hace posible la reinvención
histórica y mitológica. Se accede de esta forma al origen mismo del lenguaje
desde su inaccesibilidad, desde sus fallas. El entrecruce de las sentencias
serias y definitivas con recreaciones de chistes bien elegidos confrontan los
imperios del lenguaje.
Consecuentemente,
la escritura se vuelve un acto de poder, una salvación, una revolución
cosmogónica. Tales cosmogonías son complejas y contradictorias (a pesar de
señalar los desaciertos del lenguaje, es la escritura la que otorga la
salvación o el poder de enunciarse). Asimismo, apuesta a la reinvención del
papel de la mujer en el origen del mundo, a la divergencia. “Envidia” elabora
sobre el complejo de castración freudiano, y privilegia la escritura como
ejercicio redentor que otorga poder a la mujer: “ese hombre no envidió el
útero, pero sí la sensación que experimenta la mano que acaricia. por su parte,
la mujer, a estas alturas, ya había dejado de envidiar. ahora se dedicaba a
escribir” (17).
En esa
encerrona lingüística, la voz escritural modela una paradoja, la maravilla del
poder de la palabra escrita, de la revolución del lenguaje poético, a expensas
de las insuficiencias inherentes del lenguaje mismo. En medio de esto surge la
figura de la mujer que enuncia, en medio de risotadas, llantos y mimos, su
propia cosmogonía.
Artículo en Revista Cruce
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