miércoles, junio 29, 2016

Crónicas de la Sala de Emergencias


I.

Una octogenaria apura enfermeras, médicos y hasta a los pacientes. Su novio la espera en una franquicia cercana para almorzar. “¿Por qué no lo llamaste para que te acompañara?” le preguntan con cierto sentido común. Ella no quiere preocuparlo innecesariamente, en la noche se sintió rara, fue a Emergencias a cerciorarse de que todo estará bien para su cita. Por lo que entendí, hasta postre podrá comer. Me asomo y la veo despedirse: pequeña y camina con pasos pequeños, va arreglada y maquillada, se ve feliz.

II. 

El susto de bregar con urólogos, de recibir sonogramas en los testículos porque el pene luce descolorido, blancuzco, dijo la enfermera. No encontraron nada, ahora de regreso a la esposa que no puede quedarse sola en la casa.

III.

Afasia en la mañana y en la sala, habrá que hacerle un CT como protocolo, puede que sea un problema con los electrolitos. Sientes que le están mintiendo a los hijos. Pero ves la señora y entiendes que esta no es la primera vez que ocurre.

IV.

Si alguien puede distinguir un llanto terrible de un recién nacido es la madre que puede comparar el llanto normal, del llanto angustiado, tortuoso; ese llanto que aterra, que nos vuelve inservibles. Es un alivio que los infantes olviden. Pero no hay peor llanto que el de un recién nacido que sabes que sufre de algo que no puedes identificar.

V.

En medio de la algarabía, los enfermeros planifican su almuerzo y hacen chistes, bailan y hasta se dicen piropos. Nada mejor para resistir la muerte que la indiferencia, aprendes.

VI.

El que lleva 10 horas esperando por un cirujano para que le atienda la mano, eleva una plegaria. Dios es sabio y perfecto, estás aquí porque aquí era que llegaría el cirujano que te atendería, en mi dios no hay error, ese arquitecto todo lo sabe.  Ya tienes hambre y frío y te vuelves cínica.


VII.

Te preguntas para qué sirve estar viva. Tanta cosa y te vuelves un ser que nada tiene, nada sabe, nada puede decidir y te consuelas diciendo que por eso hay que invertir en la vida productiva para que las memorias que se formen sean buenas y te sumerjas en ese mar y flotes ajena y feliz. Pero la realidad es que tanta cosa para terminar así: vieja, impotente, en la espera de la muerte, resulta una idiotez. Te llenas de una rabia que no comprendes bien, pero que te dan ganas de escupir a alguien porque aun la vida fue over-rated. Te sientes engañada, la vida no es bella, es una real mierda, una pérdida de tiempo y energía; te duele haber confiado en que vale la pena estar viva, en que la vida es bella; life is good es una frase que recita una amiga que se cantaba roots y ahora es una bicha tipo Real Housewives de Showtime, pero la verdad es que nadie documenta ese espanto: la vejez, la real vejez, esa que espera la muerte, que subraya que la vida es en realidad una agonía. Fuiste engañada, al final terminarás sola, incomprendida, no por falta de gente que quiera comprenderte, sino porque ese mar en el que se flota es uno solo y nadie estará en él, sino tú. Desearás hacer mil cosas, pero estarás ajena a tu vulnerabilidad, a tu inutilidad, a tu agonía… uno que otro golpe, una que otra caída, pero la olvidarás y volverás a esa idea de que puedes hacer tu voluntad, pero tu voluntad reside en la de un otro que te pone a salvo de ti misma. La vida es en definitiva una mierda, fuiste engañada.


VII.

Te recoge una pareja que guía la ambulancia, los imaginas en su aventura de salvar vidas y negociar muertes, los imaginas como tú cuestionando la brevedad de la vida y lo ridículo de tanto esfuerzo, no puedes bregar con el sufrimiento, piensas que ellos, al igual que tú y que los enfermeros, resisten la muerte con pura indiferencia mientras te deleitas escuchando a la conductora decir que pudiera dormir todo el día, que lo más que le gusta es dormir.

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