I.
Una octogenaria apura enfermeras, médicos y
hasta a los pacientes. Su novio la espera en una franquicia cercana para
almorzar. “¿Por qué no lo llamaste para que te acompañara?” le preguntan con
cierto sentido común. Ella no quiere preocuparlo innecesariamente, en la noche
se sintió rara, fue a Emergencias a cerciorarse de que todo estará bien para su
cita. Por lo que entendí, hasta postre podrá comer. Me asomo y la veo
despedirse: pequeña y camina con pasos pequeños, va arreglada y maquillada, se
ve feliz.
II.
El susto de bregar con urólogos, de recibir sonogramas
en los testículos porque el pene luce descolorido, blancuzco, dijo la
enfermera. No encontraron nada, ahora de regreso a la esposa que no puede
quedarse sola en la casa.
III.
Afasia en la mañana y en la sala, habrá que
hacerle un CT como protocolo, puede que sea un problema con los electrolitos.
Sientes que le están mintiendo a los hijos. Pero ves la señora y entiendes que
esta no es la primera vez que ocurre.
IV.
Si alguien puede distinguir un llanto terrible
de un recién nacido es la madre que puede comparar el llanto normal, del llanto
angustiado, tortuoso; ese llanto que aterra, que nos vuelve inservibles. Es un
alivio que los infantes olviden. Pero no hay peor llanto que el de un recién
nacido que sabes que sufre de algo que no puedes identificar.
V.
En medio de la algarabía, los enfermeros
planifican su almuerzo y hacen chistes, bailan y hasta se dicen piropos. Nada
mejor para resistir la muerte que la indiferencia, aprendes.
VI.
El que lleva 10 horas esperando por un cirujano
para que le atienda la mano, eleva una plegaria. Dios es sabio y perfecto,
estás aquí porque aquí era que llegaría el cirujano que te atendería, en mi
dios no hay error, ese arquitecto todo lo sabe.
Ya tienes hambre y frío y te vuelves cínica.
VII.
Te preguntas para qué sirve estar viva. Tanta
cosa y te vuelves un ser que nada tiene, nada sabe, nada puede decidir y te
consuelas diciendo que por eso hay que invertir en la vida productiva para que
las memorias que se formen sean buenas y te sumerjas en ese mar y flotes ajena y feliz. Pero la realidad es que tanta cosa para terminar así: vieja,
impotente, en la espera de la muerte, resulta una idiotez. Te llenas de una
rabia que no comprendes bien, pero que te dan ganas de escupir a alguien porque
aun la vida fue over-rated. Te sientes engañada, la vida no es bella, es una
real mierda, una pérdida de tiempo y energía; te duele haber confiado en que
vale la pena estar viva, en que la vida es bella; life is good es una frase que
recita una amiga que se cantaba roots y ahora es una bicha tipo
Real Housewives de Showtime, pero la verdad es que nadie documenta ese espanto:
la vejez, la real vejez, esa que espera la muerte, que subraya que la vida es
en realidad una agonía. Fuiste engañada, al final terminarás sola,
incomprendida, no por falta de gente que quiera comprenderte, sino porque ese
mar en el que se flota es uno solo y nadie estará en él, sino tú. Desearás hacer
mil cosas, pero estarás ajena a tu vulnerabilidad, a tu inutilidad, a tu
agonía… uno que otro golpe, una que otra caída, pero la olvidarás y volverás a
esa idea de que puedes hacer tu voluntad, pero tu voluntad reside en la de un otro
que te pone a salvo de ti misma. La vida es en definitiva una mierda, fuiste
engañada.
VII.
Te recoge
una pareja que guía la ambulancia, los imaginas en su aventura de salvar vidas
y negociar muertes, los imaginas como tú cuestionando la brevedad de la vida y
lo ridículo de tanto esfuerzo, no puedes bregar con el sufrimiento, piensas que
ellos, al igual que tú y que los enfermeros, resisten la muerte con pura
indiferencia mientras te deleitas escuchando a la conductora decir que pudiera dormir
todo el día, que lo más que le gusta es dormir.
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