La nostalgia se abala y se avecina por
entre las páginas, por entre los diminutos puntitos que conforman las
hormiguitas, las cucarachas, los zapatos y las moscas de las letras que
pululan, pululan y hacen la caricatura de la gramática/poesía/ filosofía/vida
sin dejar de jugar en serio, seriamente
las palabras conforman una noche sedienta de soles y ganas de seguir
fumando los deseos de seguir siendo el ser que se es.
Los cuartos se llenan de un silencio
extraño y nos encorvamos solidarios con el peso que se esfuerza en pesar, que
sueña con árboles cuadrados; el sudor se hace diminuto duende que espía las
noches y se suicida en toallas sin siquiera acariciar; mientras el sol,
entremetido, y las ventanas, colando pestes, conforman la noche que es mujer y
es cucaracha patas arriba.
El papel recoge visualmente las gotas
de lluvia y las cuenta con el silencio de una bombilla apagada… infinitamente…
como si fuera un tv (apagado también), así, a la vez, sin ser el todo y a la
vez a modo de limpieza, hacemos el comic del amor sin rayar la ilusión ni
motivar el desvelo o el aroma del café.
Hasta las palabras se vienen (a menos)
porque las lágrimas seducen los vuelos de los párpados en la oscuridad. Y es que, a fin de cuentas, más que contar es
mirar y más que escribir es recordar, después de todo el olvido es engañar poco
a poco y sustituir la noche con el día.
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Este escrito es un diálogo con el poemario Corte al azar de René Pérez Martínez
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