lunes, junio 02, 2014

Ración de pollo para Lula



En homenaje a Nicolás Dor y a Fela



De un machetazo certero desmembró el muslo de la cadera; un olor a musgo y a sudor comenzaba a seducir las moscas que en el verano parecen copular como ninfomaníacas. Luego, desmembró el ala. El pollo ahora se veía raquítico, mínimo y soso. Todos sabían que Juan, el carnicero de Playa, siempre sacaba menudencias de las porciones de pollo destinadas a ancianos y niños, y las vendía o intercambiaba en el mercado negro. Ese día Juan abrió temprano y Lourdes, la vecina, lo saludó coqueta dándole besos que caían como lloviznas en el cachete izquierdo. Tengo unos chavitos para la tarde, le susurró. Juan siempre le guardaba a Lourdes los mejores muslitos para que degustara su sopa alegremente y conservara la figura de bailarina que poseía desde la adolescencia cuando bailaba en el Ballet de La Habana. Lourdes se alejó remeneándose, arrojando besitos al aire que si bien fueron ignorados en una forma, fueron agradecidos en otra, pues Juan colocó una pieza más a lo separado para la Lula.
 Ese día; no obstante, parecía distinto a los otros porque apenas se sentía el viento y el ruido de los autos no embravecía a los perros del vecino. Ese día habían anunciado huracán, pero por alguna razón divina no arrasaría ninguna de las regiones de la provincia habanera. Por esto, Juan abrió su puesto, lo cierto es que no quería arriesgar las carnes en el seguro apagón. Obsesivo en su tarea, Juan continuó separando las raciones. Su trabajo era melódico, se entretenía con el ritmito que lograba una vez iba una a una desmembrando cada ave.
Una vez terminó, cerró su establecimiento. Caminó, cruzó la avenida y se detuvo a mirar la gente conglomerada en la parada de guagua. Divisó a Rogelio, un viejo actor de teatro que le servía de memoria histórica y de vez en cuando le prestada su máquina para usar el Internet. De esta forma, Juan podía mantener contacto con su familia y amigos exiliados en España y Miami. Lo de la tecnología se lo agradece a Rogelio, quien le abrió una cuenta en Hotmail y así ve las fotos más recientes de la nieta y su perrito Jack. Lo cierto es que Rogelio abre con él los mensajes electrónicos y algunas veces hasta le sirve de mecanógrafo, pues Juan carece de ese tipo de destrezas. No obstante, a la que recibe mercancía, ya sea res, gallina o puerco, Juan sabe cómo sacarle el máximo a cada corte para su beneficio.
Algunas noches, Rogelio, Lula y él se reunían y comían algún guiso de res o en mejores ocasiones, vaca frita; Rogelio le hablaba: “Alguien tiene que sentarse y escribir todas estas cosas porque se van a olvidar. Yo recuerdo que doña Lina una vez comentó que en su patio había un cocodrilo. ¡Te imaginas en pleno Varadero! Lo que pasó fue que en el Periodo Especial, hubo familias que se encargaron de algunos de los animales del zoológico. Doña Lina me llamó en la noche y me preguntó: ¿Los cocodrilos tienen los ojos chiquiticos arriba de la cabeza? ¿Y el hocico es largote? En efecto, tenía un cocodrilo en su patio. Fueron a su patio a buscarlo porque se le había escapado a un vecino que lo tenía en su piscina.”
Juan saludó a Rogelio con su ¿Qué bolá? característico, pero la guagua, ‘un camello’ con niños saliéndole de las ventanas, los interrumpió.
 Así, se acercó por la parte trasera a la panadería de Julio, allá intercambió alitas por panes adicionales. Entonces tuvo la sensación que desde hace días le hacía repasar cuanto había percibido en su transitar por el aún exclusivo sector de Playa. Los carros parecían ronronear en la distancia y el sorpresivo aguacero permitió que los niños se deslizaran aguantados al estribo de las guaguas. Miró a su alrededor y se detuvo en los balcones de los segundo y tercer piso de los edificios que rodeaban la placita donde estaban la panadería y el colmadito. Allí estaban las caras de las señoras que le planchaban la ropa cuando quería salir al Teatro o cuando quería comerse un helado en Coppelia. Miró hacia atrás y vio los carros de los taxistas que aceptaban el pago en moneda nacional y vio a Carlitos, quien siempre conseguía turistas para llevarles a los conductores. Lo saludó con la mano y siguió caminado a su carnicería.
Cada paso asemejaba el ritmo de cuando desmembraba los pollos. Entonces recordó que Carmen, la vecina estaba haciendo la ronda del Comité Pro–defensa de la Revolución. Supo que ese día tendría que restarle algo de lo separado para la Lula y de lo separado para sí mismo porque Carmen era difícil de complacer y mucho más de mantener callada. Aún recuerda el mesón de la calle de atrás, Carmen notificó a la guardia y un comité de inspección buscó en las neveras donde dieron con las langostas prohibidas. No solo cerraron el negocio, sino que tuvieron que pagar multas en dólares y les confiscaron sus neveras. Carmen siempre viaja gratis en la guagua 58, él le da pollo gratis, recibe regalos de las secretarias de la Universidad y de cuando en cuando Julio, el panadero, le envía alguna canasta con panecillos endulzados. Carmen, es la que más beneficios recibe y la que más muertos tiene detrás. Dicen que en Marianao se hizo santo, dicen que está bien protegida; algunos dicen que hasta ha hablado personalmente con Fidel.
Juan silbó mientras abría su puesto y empezó a apartar la ración especial de Carmen; a lo lejos divisó a la Lula, volvió y abrió la nevera, extrajo las alitas y los muslitos que había guardado para sí y se los incluyó. Si algo quería era ver a Lula feliz y mantener a Carmen callada.

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