En
homenaje a Nicolás Dor y a Fela
De un machetazo certero desmembró el muslo de la cadera; un
olor a musgo y a sudor comenzaba a seducir las moscas que en el verano parecen
copular como ninfomaníacas. Luego, desmembró el ala. El pollo ahora se veía
raquítico, mínimo y soso. Todos sabían que Juan, el carnicero de Playa, siempre
sacaba menudencias de las porciones de pollo destinadas a ancianos y niños, y
las vendía o intercambiaba en el mercado negro. Ese día Juan abrió temprano y
Lourdes, la vecina, lo saludó coqueta dándole besos que caían como lloviznas en
el cachete izquierdo. Tengo unos chavitos para la tarde, le susurró. Juan
siempre le guardaba a Lourdes los mejores muslitos para que degustara su sopa
alegremente y conservara la figura de bailarina que poseía desde la
adolescencia cuando bailaba en el Ballet de La Habana. Lourdes se alejó
remeneándose, arrojando besitos al aire que si bien fueron ignorados en una
forma, fueron agradecidos en otra, pues Juan colocó una pieza más a lo separado
para la Lula.
Ese día; no obstante,
parecía distinto a los otros porque apenas se sentía el viento y el ruido de
los autos no embravecía a los perros del vecino. Ese día habían anunciado huracán,
pero por alguna razón divina no arrasaría ninguna de las regiones de la
provincia habanera. Por esto, Juan abrió su puesto, lo cierto es que no quería
arriesgar las carnes en el seguro apagón. Obsesivo en su tarea, Juan continuó
separando las raciones. Su trabajo era melódico, se entretenía con el ritmito
que lograba una vez iba una a una desmembrando cada ave.
Una vez terminó, cerró su establecimiento. Caminó, cruzó la
avenida y se detuvo a mirar la gente conglomerada en la parada de guagua. Divisó
a Rogelio, un viejo actor de teatro que le servía de memoria histórica y de vez
en cuando le prestada su máquina para usar el Internet. De esta forma, Juan
podía mantener contacto con su familia y amigos exiliados en España y Miami. Lo
de la tecnología se lo agradece a Rogelio, quien le abrió una cuenta en Hotmail
y así ve las fotos más recientes de la nieta y su perrito Jack. Lo cierto es
que Rogelio abre con él los mensajes electrónicos y algunas veces hasta le
sirve de mecanógrafo, pues Juan carece de ese tipo de destrezas. No obstante, a
la que recibe mercancía, ya sea res, gallina o puerco, Juan sabe cómo sacarle
el máximo a cada corte para su beneficio.
Algunas noches, Rogelio, Lula y él se reunían y comían algún
guiso de res o en mejores ocasiones, vaca frita; Rogelio le hablaba: “Alguien
tiene que sentarse y escribir todas estas cosas porque se van a olvidar. Yo
recuerdo que doña Lina una vez comentó que en su patio había un cocodrilo. ¡Te
imaginas en pleno Varadero! Lo que pasó fue que en el Periodo Especial, hubo
familias que se encargaron de algunos de los animales del zoológico. Doña Lina
me llamó en la noche y me preguntó: ¿Los cocodrilos tienen los ojos chiquiticos
arriba de la cabeza? ¿Y el hocico es largote? En efecto, tenía un cocodrilo en
su patio. Fueron a su patio a buscarlo porque se le había escapado a un vecino
que lo tenía en su piscina.”
Juan saludó a Rogelio con su ¿Qué bolá? característico, pero
la guagua, ‘un camello’ con niños saliéndole de las ventanas, los interrumpió.
Así, se acercó por la
parte trasera a la panadería de Julio, allá intercambió alitas por panes
adicionales. Entonces tuvo la sensación que desde hace días le hacía repasar
cuanto había percibido en su transitar por el aún exclusivo sector de Playa.
Los carros parecían ronronear en la distancia y el sorpresivo aguacero permitió
que los niños se deslizaran aguantados al estribo de las guaguas. Miró a su
alrededor y se detuvo en los balcones de los segundo y tercer piso de los
edificios que rodeaban la placita donde estaban la panadería y el colmadito.
Allí estaban las caras de las señoras que le planchaban la ropa cuando quería
salir al Teatro o cuando quería comerse un helado en Coppelia. Miró hacia atrás
y vio los carros de los taxistas que aceptaban el pago en moneda nacional y vio
a Carlitos, quien siempre conseguía turistas para llevarles a los conductores.
Lo saludó con la mano y siguió caminado a su carnicería.
Cada paso asemejaba el ritmo de cuando desmembraba los
pollos. Entonces recordó que Carmen, la vecina estaba haciendo la ronda del
Comité Pro–defensa de la Revolución. Supo que ese día tendría que restarle algo
de lo separado para la Lula y de lo separado para sí mismo porque Carmen era
difícil de complacer y mucho más de mantener callada. Aún recuerda el mesón de
la calle de atrás, Carmen notificó a la guardia y un comité de inspección buscó
en las neveras donde dieron con las langostas prohibidas. No solo cerraron el
negocio, sino que tuvieron que pagar multas en dólares y les confiscaron sus
neveras. Carmen siempre viaja gratis en la guagua 58, él le da pollo gratis,
recibe regalos de las secretarias de la Universidad y de cuando en cuando
Julio, el panadero, le envía alguna canasta con panecillos endulzados. Carmen,
es la que más beneficios recibe y la que más muertos tiene detrás. Dicen que en
Marianao se hizo santo, dicen que está bien protegida; algunos dicen que hasta
ha hablado personalmente con Fidel.
Juan
silbó mientras abría su puesto y empezó a apartar la ración especial de Carmen;
a lo lejos divisó a la Lula, volvió y abrió la nevera, extrajo las alitas y los
muslitos que había guardado para sí y se los incluyó. Si algo quería era ver a
Lula feliz y mantener a Carmen callada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario