Yo quisiera
hablar de las caderas de mi abuelita
Cuando caminaba
parecía un baile
Me imagino a mi
abuelita caminando por Santurce preguntándose
quién será el
que pinta fantasmitas en las paredes.
Me pregunto ¿mi
abuelita caminaría por la madrugada?
El del
fantasmita un día se enamoró y llenó de corazones un mural, quise escribir una
historia, recontar el romance que me relataban las paredes, hacerle poemas a
esos fantasmitas que ahora se veían tan alegres. Pero como todo fantasma,
desapareció, y así también mi historia… Lo que sí sé es que seguramente el que
hace los fantasmitas los hace en la madrugada (¿la que hace los fantasmitas?
–sé que es un él porque en una Convención supe que era hombre, pero olvidé su
nombre; la cuestión es que no debe importar si fuese una ella… ¿o sí?).
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Fantasmita de Guillermo Rosario Morales |
Mi abuelita
tenía los ojos como el cielo, esa era su mayor vanidad
Era bajita, muy
seria y siempre llevaba el pelo corto
como los gnomos esos
que usan tenis y gafas
Un día un
escritor se tomó una foto con uno de ellos
y pensé que los
gnomos eran un tipo de homenaje a la poesía.
El otro día vi
al chico de los gnomos y lo saludé, finalmente sé quién hace los gnomos,
su novia de
lejos se reía, yo me preguntaba qué se sentirá que tu novio sea conocido por
sus gnomos. No importa, la gente siempre se conoce por algo y los gnomos se
visten bien. Al chico de los gnomos lo acompañaba su novia, pero imagino que
muchas veces él hace a solas sus gnomos y en esas que los hace, su novia
seguramente también hará sus cosas y eso está bien.
Mi exhousemate
Ana María dejó lo de las industrias pecuarias para ponerse a pintar animales
rarísimos en las paredes. Mi abuelita lo único que escribía en una pared eran
los números de bolita que quería jugar en la Plaza del Mercado. En esos momentos
Yauco no tenía grafitis en ninguna parte. Probablemente mi abuelita se
cuestionaría si Ana María hace sus pinturas acompañada, pero eso es mi abuelita
que nació en la primera mitad del siglo pasado. Si mi abuelita hubiera conocido
a su tocaya seguramente hubiese pensado que su elección profesional no tenía
sentido.
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Mi abuelita, Ana |
Un día ella me
tomó de la mano y la apretó: “qué me pasa, sé que es algo con la cabeza…”
Mami no quería
que ella supiera lo del Alzheimer’s.
“Es que te estás
poniendo vieja, lo que tienes es que estar tranquila.”
Mi abuela no me habló
así de sincera nunca más, se quedaba mirando hacia afuera a través de la
ventana, moviendo sus dedos muy de prisa. Desde ese día sé cuánto importan las
palabras, las palabras sinceras, pero que respeten la integridad del Otro, de
la Otra; nunca tuve la oportunidad de retomar esa conversación, de decirle a mi
abuelita lo que realmente le pasaba… no la traté como quiero que me traten a
mí.
Me gustaría que
el de los fantasmitas regrese y pinte las paredes de detrás de mi casa. Así
cuando yo mire por la ventana, veré sus fantasmitas y pensaré que aún sigue por
ahí y que una vez estuvo enamorado. Lo más seguro sus dibujos me distraigan, me
hagan pensar en que es posible un mundo más colorido, más humano y más digno,
aunque sea en realidad un fantasma dibujado.
Si mi abuelita
leyera hoy que Ivania fue atropellada y que se cuestionó qué hacía a esas horas “de
la madrugada” cruzando la calle, seguramente se hubiese preguntado lo mismo…
para el tiempo de mi abuelita las mujeres tenían que soportar muchas, muchas
cosas; se guardaban temprano y seguramente estaría espantada. “Ten cuidado,
nena”, me diría asustadísima porque creía que los espantos de los noticiarios
estaban siempre merodeando para atraparte en un segundo descuidado. Esos eran
los verdaderos fantasmas que veía mi abuelita: los chismes del periódico, la
violencia contra la mujer, para ella eran fantasmas que no podían tocarse, pero
asustaban y hacían daño, casi como en las películas de fantasmas en las que las
mujeres terminan muertas, asesinadas, tiradas en el piso.
Ana María ha
viajado el mundo pintando las paredes con peces atolondrados, personas de
cuellos larguísimos y casi siempre ha estado rodeada de artistas varones… mi
abuelita estaría, insisto, extrañada, pero la pobre nunca en su vida siquiera
pronunció la palabra ‘género’. Seguramente asociaría esta palabra con herejía o aberración, no porque fuese
fundamentalista, sino porque sería lo que le pintarían en los programas de
quinta con los que se entretenía, porque para ella había una división desigual
y eso era lo normal.
Hacer grafitis
es algo que por lo general se hace “a las tantas”, como diría mi abuelita.
Seguramente Ana María con su dulzura y su talento habrá tenido que bregar con
abrirse espacios en ese mundo en el que las hembras no pertenecen, de acuerdo
con algún discurso de esos que formaron a mi abuelita. El gran fantasma del
mundo hombruno es esa carencia de lo justo, esa hambruna del afecto y es el
efecto de un sistema que no atiende estos asuntos.
Mi abuelita
vestía de negro y lila, guardó luto los 22 años que la conocí en memoria de su
esposo Monchilo. Veneraba el fantasma de mi abuelo, como aquel que estaba
grafiteado en el muro y decía “te amo por siempre”. Mi abuelita hacía todo
sola, pero no salía de noche… para ella ese mundo no le era conferido a las
mujeres. Cuántas cosas pudo haber hecho mi abuelita; pudo haber sido mi
abuelita, si al menos hubiese sentido esa libertad de caminar a la hora que quisiera
y con o sin quien quisiera…
Mi abuela
martillaba, taladraba y si podía, hasta ella misma arreglaba el baño. Su pelo
cortitito, tipo pixie vintage, hípster, you wish you have that style, a veces
me hacía pensar en ella media andrógina –digo, cuando era niña. Luego descubrí
que el género va más allá y está más acá.
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Ivania Zayas |
Estoy segura de que
mi abuelita estaría más consternada con la razón (o sinrazón) que lleva a un
ser humano a accidentar y dejar a su suerte a otro. “No te confíes de las noticias”,
le diría a mi abuelita; “no te confíes de la justicia”, estoy a punto de
decirle a mi hijo en lo que le pinto las uñas de azul.
Mi hijo un día
le dijo a un amiguito: “Eso es como si yo fuera mujer y me casara con otra;
sería raro, ¿no?... Pero no para mí”. Doy fe que mi hijo en situación semejante
(en la que un hombre atropelle a una mujer a altas horas de la noche, la mata y
huye) lo más seguro intente descubrir quién se fue a la fuga y por qué.
Seguramente mi hijo se encargue de consolar a la familia y de homenajear a la
víctima de esa barbaridad. Me lo imagino explicándole a mi abuelita que es que
ni importa lo que la mujer hacía, sino que importa cómo un ser humano es capaz
de atropellar a otro y no intenta siquiera ayudarlo. Ojalá los fantasmitas
fuesen solo esos que se pintan enamorados en las paredes; los verdaderos
fantasmas nos asustan a diario y hay que encararlos a todos ellos porque una
vez tuve una abuelita que se había creído el discursito y no puede seguir
habiendo gente que se lo crea.
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Publicado en Revista Cruce http://revistacruce.com/politica-sociedad/mi-abuelita.html
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