sábado, diciembre 05, 2015

Las crónicas del Cantón

Mi amor por el Canton se remonta a 2006, era un espacio carnavalesco y donde conseguía cositas baratas y comida boricua. El Canton era viajar a Yauco, a cuando era niña y recién estrenaban la mierda de mall que ha convertido a este pueblo en un fragmento del Viejo Oeste (o algo así, hace mucho que no voy). Ahora puedo decir que tengo una relación hermosa con el Canton Mall. Muy tempranito lo veo con las cintas que controlan el acceso a algunos pasillos y veo los empleados que caminan retrasados a las tiendas. Siempre hay gente en los banquitos y ciertos días hay filas para pagar cuentas de celulares o para acogerse a mejores ofertas. Ya al mediodía es un paraíso de diversidad de muchedumbre. Sigo extrañando al chico que fingía ser robot, me sigue espantando que me ofrezcan tres pasitos en la entrada. Pero hay algo etéreo en transitar por allí y debo admitirlo: es sentirme ajena, tan ajena pero integrada como si yo misma fuese el Canton mirando. Y los viejitos y viejitas que almuerzan allí me traen de vuelta a mi abuelita. Es decir que el Canton Mall es lo más cercano al cielo.

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