Hay historias fundacionales que
subyacen –a veces sin aire– en las esquinas del discurso oficial, quedan
apocopadas bajo fanfarrias históricas como el Proyecto Manos a la Obra. Mas
tales memorias ninguneadas ante las “maravillas” institucionales forman parte
del inconsciente colectivo y se convierten en síntomas estéticos que se perfilan
en el arte y en este caso, el arte reescribe la historia de modo inclusivo y
liberador. Este es el caso del dramaturgo, guionista y actor puertorriqueño, Joaquín Octavio, quien entrevistó[1] a Pedro Carrión, residente de Juana Matos, como parte de un proyecto con el Programa del Estuario de la Bahía de San Juan y
de la Maestría en Comunicación de la Universidad de Puerto Rico[2], y de la conversación surgió esta
pieza. Los diversos personajes (humanos y microbianos), que interpretaron las actrices
y bailarinas, Marili Pizarro y Cristina Lugo, sirvieron de portavoces de esas
historias que probablemente ninguno de los que estábamos allí habíamos
escuchado, pero que en cierta manera nos parecían familiares porque de algún
modo esa era también nuestra historia, y esa sensación de lo sublime que nos
hermanó y dejó con un asombro oxigenante fue el mayor acierto de la obra.
Asimismo, esta puesta en escena nos
presenta de modo indirecto las vivencias de una comunidad marginal que se
autogestó en medio de la miseria: que construyó, a pesar del espacio y de la
falta de los recursos más básicos, un lugar propio. Es decir, el relato de
Carrión se convirtió en un discurso dramático que hizo de su vivencia íntima la
memoria histórica del sector. Los juegos
infantiles, el modo se subsistir económicamente, de sobrellevar la falta de
sistemas sanitarios, y de vivir en comunidad, son escenificados desde los
diálogos teatrales hasta representaciones de movimiento en las que el cuerpo se
volvía símbolo y discurso que ofrece justicia al imaginario que tenemos sobre
el desarrollo de las barriadas y barrios de Cataño. La maestría escénica de
Pizarro y Lugo fue evidenciada en su actuación, el manejo del espacio, el uso
del cuerpo desde la gracia, la fuerza y lo grotesco, así como la interacción
con el público –que se vuelve mangle en un momento de la obra–, y la capacidad
de integrarse a la música como un elemento que enlazó y creó la atmósfera de la
pieza.
Precisamente, la atmósfera, forzada
por el calor provocado; la música (colaboración de Raúl Porro), que en sí misma
podía considerarse arte sonoro; y la escenografía, que aprovechó las vigas del
techo para crear un escenario alterno encima del público, fue una parte oxigenante
de los paradigmas discursivos de la pieza. Justamente, el
posicionarnos a los espectadores abajo es una revisión al posicionamiento de
las clases sociales, una problematización sobre cómo nos ubicamos con respecto
a estas comunidades. Desde arriba la mujer, representada por Pizarro, lavaba su
ropa y nos hacía la historia de la Nene, y nosotros, el público, desde abajo mirábamos
la sorpresa del tendedero allá montado, la cualidad casi divina, casi fantasmal
de la cotidianeidad de esta señora que con cariño relataba la carencia y la vecindad.
Desde la ternura y melancolía, Lugo interpretó a esa
jovencita (la Nene) arrebatada de la educación formal para dedicarse a vender
jueyes como medio de subsistencia para su familia, que bien nos sirve de modelo
de esa niñez que vive en austeridad y privada muchas veces de los derechos más
básicos como la educación y el juego. Mas a ella le vimos desde la
horizontalidad, estábamos tan cercanos a ella que su relato se volvió nuestro,
ella estaba a nuestro mismo nivel visual y nos forzó a estar con ella también
cogiendo jueyes, obligados de un modo estético a sufrir la carencia suya. Fueron
estos elementos los que elevaron a Anoxia
a lo mítico. Una de las escenas alude a Juana, espiritista que estuvo en Juana
Matos hasta su muerte y ese fue sin duda de los momentos más cargados de
energía de la pieza. Pizarro encarnó a este personaje y sus movimientos fuertes
y tétricos creaban un vínculo directo con ese elemento sobrenatural tan
importante en nuestro folclor y en la formación de las comunidades.
De este modo, podemos decir que se
escenificó la energía vital de los seres que conforman la historia fundacional
del sector. En esa misma coordenada la obra dialogó con el discurso del
progreso, según lo interpelaba la posmodernidad puertorriqueña, y desde el
sarcasmo, la brea se ve por los personajes como sinónimo de un futuro que no
les resulta real ni pertinente porque en su inmediatez tienen que encargarse de
evitar que sus casas se inunden. Vemos que la conformación de los espacios y de
las identidades que se perfila en esta pieza es un acierto y una gesta
necesaria para obtener perspectivas plurales y con conciencia social sobre el
país que vivimos y compartimos. Además, engrandece el imaginario social al
incluir aquello que siempre había sido opacado por la oficialidad. También nos
brinda modos alternos de cuestionar, enunciar y ejecutar los discursos que nos
forman y definen desde el arte, desde el deleite estético, desde lo sublime.
Anoxia es producto del programa de residencia para artistas, La Espectacular,
en Casa Ruth de Río Piedras. Este proyecto lleva a sus participantes a profundizar,
explorar e investigar en torno a su propuesta escénica asistidos por un mentor;
en el caso de Anoxia, el mentor
invitado fue Freddie Mercado. Como todo proyecto en proceso, Anoxia es una pieza que apenas comienza,
veremos más de ella y auguro que será conmovedora y llena de oxígeno.
[1] La entrevista en
profundidad formará parte de un libro que publicará El Estuario de San Juan
sobre historias de vida en la “Ciudad de las Aguas”.
[2] Surge
en el curso “Retratos: la entrevista
creativa y en profundidad”, impartido por el Prof. Mario Roche.
*Fotos de Ricardo Alcaraz.
Publicado en Revista Cruce el 24 de abril de 2016 (en línea).
Publicado en Revista Cruce el 24 de abril de 2016 (en línea).
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