viernes, enero 20, 2017

La droga, la drogadicción y el drogadicto en la narrativa puertorriqueña



       Para el 2012 National Geographic presentó su documental Zombie Island de la serie Drugs Inc. En él se muestra el problema de la drogadicción en Puerto Rico. Fueron muchas las reacciones ante este documental y en cierta medida muchas sensibilidades se sintieron lastimadas ante lo que consideraron como una mala representación de Puerto Rico. No obstante, las drogas son un problema real y latente, más longevo de lo que algunos pudiéramos considerar. La literatura en su relación con la sociedad y la experiencia humana ha trabajado este tema desde la ficción proponiéndonos lecturas en torno al problema, así como mostrándonos a modo de caleidoscopio diversas posturas de nuestra humanidad. Me interesa compartir los modos en los que la literatura puertorriqueña se ha acercado a este tema mediante un inventario de diferentes textos narrativos. Esta lista no es exhaustiva y excluye el alcoholismo porque me quise centrar en las drogas ilícitas. Sé que estoy omitiendo textos, la enumeración es de relatos que me han interesado y que en muchos casos utilizo en mis clases de Literatura, pero les invito a que exploren estas narraciones y que comenten y añadan textos que entiendan que merecen la pena incluirse en este muestrario.Como mencioné, la figura del usuario de drogas no es un asunto nuevo en la narrativa puertorriqueña; para el siglo XIX José Elías Levis Bernard, en Estercolero (1899), había recreado al morfinómano:[…] el tipo repulsivo del morfinero, miseria humana que se inyecta morfina en la piel para estar siempre adormilado bajo el poder del sueño que le produce la embriaguez del vicio, aunque sea su cuerpo una llaga, arrastre unos chanclos viejos y la ropa se le caiga encima… (31- 32)En la novela se nos presentan varios personajes, incluyendo a una mujer, que se vuelven adictos a la morfina y cuya descripción no dista nada del cuadro que vemos en algunos usuarios que deambulan por la ciudad en la actualidad. Aunque la novela es un acercamiento a la pobreza y a las nefastas consecuencias del huracán San Ciriaco, los morfineros son parte esencial de ese ambiente de estercolero, de podredumbre económica y social, como nos adelanta el propio título de la novela. La adicción se ve como un síntoma de una sociedad enferma. Para la promoción del setenta se narró sobre el heroinómano en los siguientes cuentos:Que sabe a paraíso, de Luis Rafael Sánchez (En cuerpo de camisa, 1966) establece un paralelismo entre el consumo de drogas recreativas y la experiencia mística, si bien este juego literario es transgresivo y pudiera ser herético para aquellos lectores conservadores, atina en mostrar la falta de asideros espirituales:Había echado la mañana trabajando la combinación pero la última redada tenía en chirola a media humanidad y los focos de siempre se veían desiertos, sin nadie animado a contestar la pregunta de unos ojos sin brillo en los que la yerba dulzona, la tecata sabrosa y la puya salvadora había levantado su altar de tristeza. (3)Algo que está presente en estos textos es la vinculación de la adicción con las clases pobres y marginadas.
 En Papo Impala está quitao, de Juan Antonio Ramos (Démosle luz verde a la nostalgia, 1978), el protagonista, Papo, es músico, pero está ubicado en un barrio marginado y es producto de una clase social baja. Él busca rehabilitarse y ante la oportunidad de tocar, recurre a la metadona para poder ser funcional. La forma en que Papo consigue la metadona es risible y asquerosa, lo que nos muestra los extremos a los que llegan los adictos y lo terrible de la condición. Papo así lo manifiesta cuando busca convencer a su amigo para que le consiga la metadona: “yostaba en la de romper vicio también y que iba a solicitar pa tratamiento y que a lo mejor me iba pa Crea” (179).Sin embargo, en otros cuentos el usuario no necesariamente pertenece a clases desfavorecidas como en Cráneo de una noche de verano, de Ana Lydia Vega (Encancaranublado y otros cuentos de naufragio, 1987) y Llegaron los hippies, de Manuel Abreu Adorno (Llegaron los hippies y otros cuentos, 1978), por mencionar algunos. En el cuento de Vega se nos presenta la siguiente escena:Güilson se tiró a la calle porque llevaba dos días encerrao con una nota encima, mi pana, con un tronco e tripeo jevidiuti que creía que ahí mismo lo iba a soltar la guagua de la vida. Por culpa del fóquin Yuniol que lo había embollao con guasas y lo había atosigao de ácido y de pepas hasta las tetas y que por arreglarle la cabeza y que pa que nadie tuviera que contarle. (81)Güilson cuando sale de su experiencia alucinógena, producto del coctel de drogas, “descubre” que Puerto Rico había sido declarado el estado 51 de Estados Unidos. La enajenación social del país se hiperboliza al ser caracterizada en este personaje. Por su parte, en el relato de Abreu Adorno se nos presenta otra experiencia alucinógena que nos muestra en cierto sentido la transculturación que resulta del contacto con la cultura estadounidense al recrear el famoso festival Mar y Sol de 1972:Llegué y conseguí una posición cerca del escenario. Llegué y una chica rubia me sonrió. Llegué y compré L.S.D., Purple Haze. Llegué y me tomé la tableta de ácido. Llegué y me enteré de que dos personas se habían ahogado por meterse al mar drogados. […] Llegué y la gente fumaba y cantaba. Llegué y en torno al fuego se pasaban el vino y la marihuana. Llegué y vi cuerpos tendidos sobre la arena caliente. Llegué y vi chicas del pueblo bañándose desnudas en el mar. Llegué y la música retumbaba por todas partes. Llegué y me quité la camisa azul de manga larga. Llegué y la chica rubia se llamaba Kathy. Llegué y vi colores multiplicarse ante mis ojos. (sergiocarlos.net)

El protagonista por poco se ahoga, pero fue rescatado. En estos últimos dos cuentos no se nos presenta a un adicto, sino a un usuario recreativo lo que resulta nuevo en nuestra lista.Más adelante, de la generación del ochenta, Sirena Selena vestida de pena, de Mayra Santos Febres publicada en 2000 retoma la adicción en un contexto de margen social. En esta novela se continúa enunciando un mal social, un síntoma de las carencias de oportunidades de crecimiento, educación y justicia social. Mas la novela es protagonizada por travestis, lo que resulta una gran aportación a nuestra narrativa, el siguiente fragmento nos muestra el humor, la caracterización de estos personajes y la terrible adicción de Sirena: “Martha le había quitado el vicio de coca que le tenía los tabiques perforados y sangrantes –Loca, que por ahí no se cae señorita– y le había dado otra opción que la de tirarse viejos en carros europeos” (10).Luego, la novela, El peor de mis amigos (2007), de Rafael Franco Steeves alude directa e indirectamente el viaje como metáfora compleja del acontecer humano a través de la experimentación de los narcóticos. En la narración Sergio, el protagonista, repasa, a manera de soliloquio, su drogadicción; nos enteramos de que su mejor amigo, Clay, murió en su apartamento por una sobredosis lo que lo llevó a un sentimiento de culpa obsesivo. La novela finaliza cuando equivocadamente usó la jeringuilla de otra persona en una recaída, y piensa que su suerte acabó. El cambio de roles de los objetos de la casa denota la invasión de la adicción en lo físico: “[…] dio con un cinto azul de algodón que en mejores días había gozado de la simple responsabilidad de mantener la bata de baño ajustada a su cintura. Ahora era diferente, ahora el cinto lo usaba solo para ahorcarse los brazos […]” (22). Esta novela es una joya porque, narrada en primera persona, nos brinda una mirada auténtica y sin pretensiones sobre el adicto: “Increíble que sólo necesitara una bolsa y una jeringa para erradicar el caos interior […] Zombificado sin resistencia, a eso había llegado, o mejor, de eso no había logrado salir” (165, nota 24).Se nos presenta en la obra un nuevo paradigma: el del joven universitario que sucumbe a la adicción. Ya no se trata de clases marginadas exclusivamente, sino de la adicción como enfermedad, sin juicio, sino desde la intimidad del personaje y muestra la anulación del propio sujeto, la trampa de las recaídas.Guaya guaya de Rafael Acevedo, publicada en 2010 parodia en ritmo de reggaetón las encerronas de unos vendedores de un punto: […] El Flaco le vendía un poco de marihuana y pastillas robadas de botiquines a cualquier tecatito o estudiante rebelde frente a la casa de la mai que lo parió. Era un nene de mamá aunque tenía un arma de fuego. Era un pendejito comoquiera que sea. Vendía yerba frente a la casa de su mamá. (154)La novela examina el resultado de la desigualdad social y económica: “[…] en el juego de la vida vine con las cartas más flojas, marcadas, además […] Yo era el único en el barrio en la universidad. Y pensé, hostia, ahora los chamacos van a creer que el sistema funciona […]” (113). Así mismo enmarca el estatus social marginal y que la contraparte del problema de adicción es el narcotráfico. La economía subterránea es a veces el único medio de ingreso de aquellos a los que les es desprovisto el acceso al poder, a la educación, a la justicia social.¿Qué hace la sociedad al respecto? El killer (2007) de Josué Montijo presenta el lado de la sociedad que busca erradicar el problema de modo violento:He decidido matar a todos los tecatos […] Lo hago por una necesidad imperiosa. Me siento sofocado, aborrecido y cansado de tanto verlos en la calle con sus caras de muertos, de mártires requemados por el sol, con sus brazos cundidos de llagas, el olor desagradable, los andrajos y ese insaciable apetito intravenoso que los hace pedir dinero donde quiera. (7- 8)Ese extremo fascista es otro síntoma de podredumbre social: una sociedad insensible, elitista que busca eliminar al otro sin ánimos de comprenderlo ni de cambiar las situaciones sociales que lo impulsan al margen.Ante ese paradigma quiero incluir la crónica Mi tecato favorito, de Rima Brusi, que pertenece al libro con el mismo título publicado en 2011. Este texto elabora directamente sobre nuestro modo de responder ante la situación de los adictos en las calles. Su cuestionamiento es vital y con él concluyo mi lista:Cabe parpadear, y preguntarse: ¿No es la droga, para un adicto que se ha visto reducido a pedir en la luz, algo así como comida? Ojo, que no estoy diciendo que la droga es buena o inofensiva. Tanto la heroína como el crack son males terribles. Lo que digo es que para el adicto desesperado, la experiencia de necesitar la droga no debe ser muy distinta a la de pasar hambre. ¿Es el dinero que recibe en la luz lo que mantiene a un adicto en su adicción? Si nadie le diera nada, ¿saldría corriendo a rehabilitarse, o buscaría, desesperado, otra manera de obtener dinero? ¿Si saliese corriendo a rehabilitarse, encontraría fácilmente el apoyo sistémico que necesita? Dejarle chavos al mendigo en la luz no me hace ni mejor ni peor persona. No rescata a nadie, no lo salva de nada. Pero criticarlo, decirle entre dientes que se vaya a trabajar, o enojarse con el iluso que sí le da algo, tampoco salvan ni hacen a nadie mejor persona. Al final, a mí, hoy, unas monedas o un sandwich me sirvieron para robarle una sonrisa a mi tecato favorito. Y creo que yo también le sonreí. (https://rbrusi.wordpress.com/2009/02/12/mi-tecato-favorito/)La literatura, en su rol de proponer mundos posibles, nos lleva a cuestionar todas estas posibilidades, a imaginarlas y sopesarlas. A ponernos en el lugar del otro. Provocar preguntas, escenificar los problemas, mostrarlos; confrontar la honestidad nuestra: cómo nos vemos reflejados en el otro, como nos definimos como sociedad, son estas las apreciaciones que nos brinda nuestra narrativa en estos textos.


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Publicado originalmente
 martes, 17 de enero de 2017
Periódico Claridad / Especial para En Rojo

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