sábado, octubre 12, 2019

“Si sobrevive, es una bruja”, reflexiones en torno a Caldero de La Trinchera


Foto por Mariana Roca Iguina, @la.trinchera.danza, @tintan
¿Por qué les temen a las mujeres? O tal vez es mejor preguntar: ¿por qué le temen al mundo íntimo y libre de las mujeres? ¿Por qué algunos hombres (novios, esposos, padres, curas…) les prohíben a las mujeres la asociación con ciertas amigas o con sus amigas en general? ¿Por qué se envilece la sexualidad de las mujeres? ¿Por qué lo femenino se ha silenciado en miras de la “igualdad”? ¿Qué es exactamente eso tan peligroso que hay que domarlo con el lenguaje, con los mores, la religión, la psicología, la moda, la obstetricia, la ley…?





















































































































Recientemente vi una caricatura de Kasia Babis titulada “How Sexual Assault Claims Are Like a Witch Hunt” (2017)[1]. La primera viñeta, y en la que me centraré para fines de este artículo, lee “Si muere, es inocente; si sobrevive, es una bruja” (traducción mía). Pareciera que en ninguna circunstancia las mujeres sobrevivimos a las lógicas patriarcales. Algo similar pasa en el cuestionamiento al lenguaje: en búsqueda de una inclusión evidente y justa, somos ridiculizadas porque la lógica gramatical parece ser indiscutible y sagrada. Así también pareciera que estamos destinadas a perder algo (aunque sea la “sagrada virtud de la virginidad” o de la “inocencia”, por mantenerme en la viñeta de Babis) en las dinámicas sexuales heteronormativas. En el cuento “Letra para salsa y tres soneos por encargo” (1981) de Ana Lydia Vega, la Tipa se lleva al Tipo a un motel y la narradora destrona, desarticula, deconstruye el discurso macharrán hegemonizado en las letras de salsa, pero en el mismo relato, la Tipa tampoco parece salir airosa. En las palabras de María Solá (1996): “En las pugnas de poder que involucran lo erótico y lo doméstico, las mujeres normalmente salimos perdiendo porque todo hombre está acostumbrado a los privilegios que la cultura patriarcal le confiere […] en la defensa de su igualdad por añadidura, la mujer es su propia enemiga; su propia formación cultural suele perderle la partida, aunque no ha terminado la guerra” (34)[2]. Para sobrevivir esta guerra, tenemos que ser brujas; así nos lo ha confirmado la historia.
Las mujeres conferidas al espacio doméstico, a lo agrícola; algunas nacidas con el poder de parir y aliadas en eso que es sobrevivir las lógicas patriarcales (o resistirlas) desde las cuerpas, desde los saberes ancestrales, son un peligro, son un misterio, son brujas. Las mujeres, por su relación milenaria con la tierra y los ciclos lunares[3], sabían cómo sanar con toda una suerte de brebajes o hierbas, sabían cómo lograr abortar; además, podían envenenarte, seducirte, darte la vida… son brujas. Si mostraban resistencia, rebeldía o incluso, placer, a lo mejor estaban endemoniadas, seguramente eran de baja moral, un peligro, brujas. De allí el discurso de la inocencia y bondad femeninas, “si es inocente, muere”, hay que matar toda esa experiencia de ser mujeres para ganar el mote de “buena mujer”, de “inocente”. Entonces todos esos saberes (y placeres) se marginaron y siguen marginando, se les consideraron supercherías, vulgaridades, pecados…; incluso, parir se volvió un asunto en el que las mujeres no tenían ni debían tener parte más allá de seguir las instrucciones impuestas por los distintos discursos del poder. Hay ocasiones en las que las mujeres son sedadas para desapropiarles su derecho a ser partícipes en sus propios partos[4]. Se les enseña a temer, se les hace creer que no tienen suficientes fuerzas, sabiduría, control para manejar las contracciones, para seguir los ritmos intuitivos de la cuerpa. Y es que esa relación con la cuerpa es lo que más ha sido intervenido en esto de ser mujeres. Tener control sobre la cuerpa y sobre el espacio doméstico, fue visto como algo brujeril. Y claro está, eso se vincula con lo demoniaco, perverso y nocivo para los altos valores de la sociedad patriarcal.
Ante estos temas La Trinchera (compuesto por Beatriz Irizarry, Marili Pizarro y Cristina Lugo) desarrolló una pieza titulada Caldero. Recetas de subversión doméstica. Se presentó en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC) de Santurce los días 3- 5 de octubre. En su investigación para realizar la pieza, el colectivo de danza experimental se basó en el libro de Teodoro Vidal, Tradiciones en la brujería puertorriqueña (1989). Este libro recoge testimonios recopilados entre 1968- 1974 en varios sectores de la Isla[5], que documentan algunas creencias acerca de las brujas en la tradición folclórica de Puerto Rico. De inmediato quise ver quiénes habían trabajado estos temas en la Isla. En su mayoría lo estudian hombres. Tere Marichal redactó y presentó unos cuentos relacionados con los hallazgos de Vidal[6]. Sin embargo, la labor investigativa sobre el tema de la bruja en el folclor puertorriqueño es todavía un terreno virgen para la investigación[7] realizada por mujeres. Que sea un tema más trabajado por hombres es un espacio de reflexión en proceso.
Volviendo a Vidal, entre las anotaciones que ofrece me atraen estas características: “van desnudas del todo, con el pelo suelto y en sumo desorden, […] siempre prefieren lo torcido a lo recto, […] persiguen sin cesar a los hombres de quienes se enamoran” (2- 4). Estos rasgos son trabajados en Caldero…, nos reciben en una sala de museo en el que hay dos brujas, cada una en una base. Están recostadas de la pared y tienen al frente un caldero. La vestimenta recrea la desnudez, se representan (y tal vez, exageran) los labios vaginales, las caderas, los senos… Estas mujeres están desnudas y colocadas como piezas de museo antropológico. Me recuerdan la venus negra, “Venus Hotentote”, pieza del Museo de Historia Natural de París en 1817. Ana Carolina Vimieiro Gomes[8] explica que
el cuerpo de Saartjie Baartman fue vendido y utilizado para el análisis de la ciencia en dos ocasiones: cuando viva, en el Jardin des Plantes, bajo las miradas de los naturalistas del Muséum d’Histoire Naturelle, y después de su muerte, cuando su cuerpo fue conservado, registrado, reproducido, descrito y, por fin, disecado […] Puede decirse que la ciencia occidental —sobre todo las ciencias de la vida— ha manejado el cuerpo como uno de los locus para caracterizar la diversidad biológica humana y, al paso del tiempo, la mirada se volvió cada vez más minuciosa e interna. (59)
Así, las dos brujas se vuelven objetos de la mirada un tanto positivista que les clasifica desde lo físico hasta lo etnográfico en voz de otra mujer, una guía que nos ofrece un brevísimo recorrido, quien va leyendo e informado los hallazgos de Vidal. Cita, por ejemplo:
se mueven por el espacio haciendo uso de dos pencas de palma, una debajo de cada brazo, que constantemente agitan como las alas de un enorme pájaro[…] acostumbran volar con el auxilio de sus largos y aplastados pechos que emplean, al igual que en el caso de las pencas de palma, a modo de alas; […] para poder desprenderse bien del cuerpo o del pellejo es preciso que la bruja se aplique en los sobacos y detrás de las orejas un ungüento mágico que posee. (2- 3).
Esta mirada fría y etnográfica es revertida cuando luego la guía misma se vuelve una de las brujas que tiene que ser continuamente resucitada por las otras dos. Las ─ahora─ tres brujas muestran una convivencia y solidaridad que se enmarca con el espacio doméstico donde residen. Para sobrevivir hay que ser bruja o ser rescatada por alguna, pienso y con ello retomo la ilustración de Babis. Caldero… cierra irónicamente con la guía entonces colocada como pieza en el museo que nos recibió en el inicio de la presentación. Se vuelve una pieza más de contemplación en la sala de un museo (con todas las connotaciones que ello implica desde la objetivización de la cuerpa, como la utilización y marginación de las subjetividades). Parecería que la lucha por ser y ser(nos)[9] es larga, compleja y llena de contradicciones. Sobre todo, ante una larga historia de juegos a escondite con el ser[10], de represiones y opresiones, la palabra bruja se vuelve un axioma de sobrevivencia. Así todas estas imágenes nos llevan a los cuestionamientos con los que comienzo este texto.
Hay un gran temor[11] que se ha disfrazado con todo tipo de discursos en torno a las mujeres, pero desde la lógica de los hombres (y de acciones que le resultan, como las violencias que seguimos sufriendo y que en momentos históricos fueron justificadas tras eso de ser “brujas”). Caldero. Recetas de subversión doméstica nos brinda un buen punto de partida para vernos y pensarnos desde ese paradigma siempre en proceso, nunca estable ni definitivo, de ser(nos) mujeres. Desde el folclor tradicional hasta la explotación masmediática, las mujeres nos hemos visto encaradas con esa disyuntiva: “Si muere, es inocente; si sobrevive, es una bruja”. Seamos brujas, pues.

Gracias a La Trinchera y al MAC por hacer posibles estos acercamientos y estas miradas. ¡Enhorabuena!
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[2] Solá, María Magdalena. Aquí cuentan las mujeres: muestra y estudio de cinco narradoras puertorriqueñas. Ediciones Huracán, 1996.
[3] En esto aclaro que me estoy acercando desde la idea de que la menstruación tiene un ciclo que nos alinea con lo lunar.
[4] Por supuesto, hablo de un parto no en riesgo y sin juicio hacia las mujeres que libre de temor y manipulaciones clínicas deciden usar sedantes o anestesias. Lo que critico y señalo es cómo el discurso médico y farmacológico ha lastimado el poder que tienen las mujeres sobre sus cuerpas y las decisiones las toman más desde el miedo que desde el propio conocimiento de sus cuerpas.
[5] Para detalles puede referirse a VIDAL, Teodoro. “Maldades de las brujas puertorriqueñas”. Culturas Populares. Revista Electrónica 3 (septiembre-diciembre 2006), 16 pp. http://www.culturaspopulares.org/textos3/articulos/vidal.pdf ISSN: 1886-5623. Todas las citas a Vidal fueron tomadas de este artículo y serán identificadas por el número de la página al final de cada cita.
[6] En la página de Facebook de los Cuentacuentos de Puerto Rico, Marichal anuncia: “Mañana [29 de octubre de 2016, 2:00 p.m. en la Fundación Cortés del Viejo San Juan] cuento cuentos de brujas boricuas […] Nuestras brujas no usaban sombrero negro de pico, ni vestido negro. Usaban un pañuelo de cuadros blancos y negros, falda sin mucho almidón y muchas enaguas, volaban desnudas en escobas y muchas usaban sus tetas-que eran planas- como alas. De las descripciones que recopiló el gran don Teodoro Vidal, hice los cuentos de las brujas boricuas […]” (https://www.facebook.com/187119871472035/posts/613426492174702/)
[7] Debo aclarar que Julia Cristina Ortiz Lugo es una folclorista destacada en el tema del cuento puertorriqueño, pero no se enfoca en las brujas. Por otra parte, y desde otro crisol, Jean Franco publicó “Confesiones de una bruja” en Debate Feminista (10/2010, Volumen 42) para hablar de la vejez, y Carmen María Sánchez Morillas habló de las evoluciones de la bruja desde comienzos de siglo XX, pero desde el crisol mediático de Disney en “Crisis del personaje. La bruja en la era tecnológica (Tejuelo: Didáctica de la Lengua y la Literatura. Educación, ISSN-e 1988-8430, Nº. 17, 2013, págs. 56-66). También hay estudios en torno a la santería y espiritismo que trabajan la figura de la bruja desde esas coordenadas, como el de Raquel Romberg, “Today, Changó Is Changó»: How Africanness Becomes a Ritual Commodity in Puerto Rico” (Western Folklore, Vol. 66, No. 1/2, Afro-Caribbean Religions, Culture, and Folklore [Winter – Spring, 2007], pp. 75-106) y análisis literarios, como el de Clara Román-Odio, “Chamanismo y sexualidad en la escritura de mujeres hispanas” (Confluencia, Vol. 18, No. 1 [Fall 2002], pp. 59-69); en este último, se destacan los cuentos puertorriqueños “Despojo” de Ana Lydia Vega y “Todos los domingos” de Magali García Ramis.
[8] Refiérase al artículo de Ana Carolina Vimieiro Gomes (2012), La Venus Negra: el cuerpo como locus para la clasificación y diferenciación. Ciencias 105, enero-junio, 56-63. [En línea]. El él reseña la película Vénus Noire (2010) de Abdellatif Kechiche al tiempo que brinda un trasfondo y análisis que enriquece esta mirada a la pieza de La Trinchera.
[9] Acuño ser(nos) para referirme a ser juntxs en plena conciencia de que somos, en plena libertad de ser de modo individual, pero con conciencia, apertura y amor hacia la colectiva.
[10] Aludo al poema de Julia de Burgos, “Yo misma fui mi ruta”.
[11] El aspecto del horror fue muy bien logrado en la pieza, desde la ejecución de la coreografía, diseñada por La Trinchera; la iluminación, por Coral del Mar Alemán; y el sonido y música, por José Martí. La vinculación entre bruja y horror son, a mi juicio, un reflejo del temor que se tiene a nivel general por la desarticulación del patriarcado que se concretiza en la figura y prácticas de la bruja.

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