Acabo de enterarme de que don Luis, el señor que me recibía
en el MAC, ha fallecido, usaba una sombrilla bajo el árbol y siempre estaba
risueño. Le encantaba conversar y comer, pero, sobre todo, amaba los lirios
cala. Estuvo por muchas semanas hablándome de ellos, de que los estaba
buscando, amaba su olor. Tenía una gran barriga y una gran sonrisa. Le gustaba
pimpearse, y se preocupaba mucho por la gente que lo rodeaba y por la
estructura del museo donde laboraba en las tardes. De más está decir lo mucho
que disfrutaba a don Luis, lamento que haya fallecido y no lo haya vuelto a ver
por tanto tiempo. Me hacía feliz incluso verlo a lo lejos, siempre me saludaba
contento. Siempre tenía alguna anécdota, recordaba nuestras conversaciones y le
daba seguimiento a cuanto le hablaba...
Ha fallecido don Luis. No sabía mucho de él, pero sabía
todo de él. Hay gente a la que le basta con sonreír bajo una gran sombrilla
bajo un gran árbol y con voz dulce preguntarte por los muchachos (los cangrejos)
para que todo parezca de pronto normal y con sentido. Buscaré lirios cala y una
vela. Buscaré tratar de fijar a don Luis en mis memorias, en algún cuento será
eterno. De aquí a un año Facebook me lo recordará y no sé si estaré igual de
triste. No me molesta la muerte, sino cuando imagino que le sobreviene la
muerte a alguien en soledad. Espero que don Luis no haya estado solo, espero
que haya conseguido sus lirios o que reencarne en uno de ellos... No sé, sé que murió, me acabo de enterar…
No sé su apellido, y es que nunca me han importado esas
cosas, sé que me había ofrecido un morir-soñando cuando le dije que no me
gustaban “es que no has probado los míos,” me tendió ese reto con cierta
coquetería que tenía al hablar. En algún momento pensé que sería imposible degustar
su manjar, solo nos veíamos en el MAC, pero que tuviera el gesto de convidarme
en su imaginación, me hizo más que feliz. Admiraba el botón de su guayabera
abierto y sus pies pequeños, admiraba cómo abría sus ojos al hablar y esa
dulzura tan presente en su voz, tan melodiosa. Don Luis sabía todo del MAC, de
la gente que lo poblaba en sus faenas, de algunos visitantes, algunos artistas,
por su edad hablaba de los demás como si se tratara de adolescentes, tenía cierto
sentido paternal al referirse a algunos. ¡Hasta a los perros los trataba con
cariño! Atendía a todos los que pisaban o revoloteaban por el MAC con la
familiaridad de un custodio, de un abuelo, o de un tipo de guardián angelical,
bonachón y bondadoso, coqueto y divertido. ¡Qué buena persona fue conmigo don
Luis! ¡Qué pena o tal vez nostalgia me da saberlo muerto!
Lirios cala y una vela, una foto y mi homenaje. Don Luis será
eterno…
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