martes, julio 16, 2013

Una foto de La Habana




A: Lucía Viñamata

  
            “¡A mí me gustan las yumas!”, le gritó un negro robusto descamisado. Ella fija su mirada en el vientre atlético, el minúsculo ombligo, en la cintura tersa y correcta. Como por tenderle un reto saca su cámara, enfoca solo el torso y ya: una foto. Rápido se acomoda la falda, aprieta la cartera y apura el paso. Otro en una bicitixi la sigue, “Where you from?”, despepitan los bembotes golosos en un inglés habanero masticado. “¡En español, hombre!”, le riposta el femenino acento vasco.
            Martha visita Cuba por primera vez, se escapa del callejoncito que usó para atrechar a El Capitolio. Yuma: toda una extranjera, una guiri en medio de una isla de negros, mulatos y blancos que empequeñecen en chiquitico. Recuerda las palabras de Mirta en la guagua Astro: “Aquí los hombres son unos groseros, mi vida.” Mirta -quien participaba más de una vez en el Comité de Defensa de la Revolución, quien cambiaba lo que le daban de dieta especial en la libreta por habanos que vendía a los turistas- le inquiría su rigidez. “Acá en Cuba somos más alegres, más fiesteros, más amorosos; ¿tú me entiendes?”, exhalaba el humo de sus Popular, aquellos cigarrillos sin filtro que mareaban a Martha, la reprimida, la yuma con vestigios de catolicismo.
            Le pareció simpática la entonación de Mirta cuando evocaba los nombres sagrados: Obatalá, Changó, Yemayá y Ochún. Le pareció comiquísimo que Mirta respondiera los piropos de los hombres con besos y remeneos de caderas. ¡Hasta le guiñaba el ojo a quienes no le decían piropo alguno!
            Se detiene al toparse con la espalda de El Capitolio de La Habana. Aquella obra de arte arquitectónica sin comparación superaba al de Washington. Una pareja que se besaba con pasión le llamó la atención y recordó a Mirta. Quiere tomarles una foto, pero el pudor se lo impide. “Aquí los hombres son unos groseros,” repasa. Saca la cámara, se envalenta y toma la foto lo más rápido que puede para no ser descubierta. “¡Se ven tan monos!” Le da la vuelta a El Capitolio.
            “Picture, picture!” “¡Qué en español, hombre!”, toda La Habana parecía una misma persona, aún los jóvenes que se besaban. “Mire, tómese una fotico con El Capitolio de fondo en esta cámara antigua. Tiene casi 100 años. Por solo un chavito. ¿Qué le parece?... ¡Siéntese, siéntese! Allí, en ese escalón.” Martha no repara, se sienta, se quita las gafas, no se mueve, sonríe... Y mientras observa la labor del fotógrafo, lo vio por primera vez en el trasfondo.
            Ensimismado. Camina, pero da la impresión de que no va a ningún lado. Da traspiés y mira hacia atrás. “Parece que espera a alguien.” Se topa con un taxista al que saluda y señala hacia atrás. “Debe ser habanero.”
            “Un chavito, seño,” le interrumpe le fotógrafo mostrando sus dientes dorados. “Ah, sí, sí,” le dice al momento que busca en su cartera el peso convertible, tratando de no perder de vista al habanero que se despide del taxista con un abrazo. “¿Y de dónde es usted?”, insiste mientras echa la moneda al bolsillo del pantalón roído. “De España, adiós.”
            Martha saca su cámara digital y lo persigue cambiando el lente, usa un objetivo para tomar fotos desde lejos. El habanero doble a la izquierda y camina. Está vagando, parece perdido. Una foto, dos fotos. Se detiene. Martha disimula fotografiando un cocotaxi. Continúa persiguiéndole, el objetivo acierta el rostro y enfoca mejor. Tres fotos, la sorprende. “¡Qué pena!” El habanero se ríe a sus anchas, le arroja besos. Se dirige hacia ella que trata de escapar dando media vuelta. “¡Oye! ¡Espera! Ya que soy una atracción turística, déjame ver las fotos.” Martha no dice nada, enciende su cámara y muestra la foto. “A ver las otras,” dice coqueto y le toca la mano como para asistirle en sostener la camarota. Ve todas sus fotos y con ojos muy abiertos exclama: “¡No me digas que las 33 fotos son mías!” “No, no, mira que las otras son de otras personas, tú.” “¿Y de dónde eres?” “Española.” “Claro.” Todavía le parece surreal a Martha, se da un golpecito para corroborar que no sueña. Él la estudia y con atención mira su cartera, el estuche de su cámara, sus ojos.... Él no es habanero, sino un puertorriqueño, un refugiado político, subversivo contra el coloniaje de la Isla Hermana, “de un pájaro las dos alas”.
            Se dirigen a una barrita sonde toman cerveza en moneda nacional. Efraín le cuenta que lleva diez años en La Habana, que no puede pisar territorio norteamericano, pero que visita Santo Domingo, Colombia y México para ver a su familia y amigos. Le trata de hablar sobre una historia subterránea que no aparece en los libros. “Ni en los libros de cuentos. Como si nunca pasara. Como dijo Benedetti –nos dan clases de amnesia, no somos olvidadizos, sino olvidadores-.”
            Martha se siente feliz y maravillada con el encuentro. Le habla de su exposición de fotos de rostros, de cómo viaja alrededor del mundo y capta las expresiones, los torsos, los cuerpos humanos en su rol más cotidiano; sin reservas, sin poses, sin discursos. Le habla de atardeceres en Japón, bodas en Sudáfrica, nevadas en Chicago y turistas en Machupichu. Él le recrimina no haber visitado Puerto Rico, pero le indica que Cuba es un buen comienzo. Ella se detiene en su rostro accidentado tempranamente por el sol y en su piel tostada que se vanagloriaba del verdor de sus ojos. “¡Son marrones!”, protesta. Toma una cuarta foto, ésta más planificada. “Te debería cobrar a chavito la foto y luego demandarte por no tener los derechos,” bromeó. “El capitalismo te ha instruido bien,” contesta  con certeza.
            De Cristal pasaron a tomar Bucaneros y cuando se percatan, es de noche y toman Habana Club con Tukola. Martha no cesa de acomodarse el pelo, de lamer sus labios y acariciar su pecho por puro reflejo. Efraín no deja de mirarle las piernas ya cansadas de tanto estar de pie, le ligaba las tetas y calculaba el tamaño de los pezones a través de la blusa. ¡Una quinta foto! Ésta la toma él, jugando a Romeo, le dice guapa, sexy y cachonda. Martha se lo disfruta sin vergüenza, hasta recuerda a Mirta y piensa que cambiaría de impresión si le viera ahora.
            “Ven, vamos a mi casa que está aquí al ladito para que descanses un poco.” Ella titubea. Lleva todo el día caminando La Habana Vieja, había sudado un océano, su capa tiene una pequeña capa de mugres citadinas y siente pudor, siente miedo. “Mira chica, que yo no como gente. Además, el dentista me lo tiene prohibido, me dan caries.” Risas, nerviosismo, que si debo apestar, que si ni le conozco, que si de seguro querrá follar y si me niego sería una estupidez. “¿Qué te pasa, mujer? No es para tanto.” La lleva al Paseo El Prado y se sientan en un banco a reírse de su tontera. Ella se disculpa inventando “mil jilipolleces”. Él la interrumpe: “Pues; ¿vienes o no?” ¡Díos mío, qué susto! Pero se levantó y dice: “¡Vamos!”
            Caminan dos cuadras y él saca un llavero gigantesco en piel con un dibujo taíno de su bolsillo. Le explica el valor sentimental del llavero, que su hermana, Wilmar, le había regalado. Efraín es experto perdiendo sus llaves, con un llavero más grande minimiza las posibilidades del extravío. “Es en el tercer piso. ¡Deja que veas la vista!” Una vez entraron al apartamento él le arremete con besos apasionados. Ella no puede contener la risa, los nervios, la emoción. Él cambia la estrategia, le ofrece café y siguieron conversando de la paga en moneda nacional, la compra de víveres en divisa y las inclemencias del bloqueo. Sexta foto a través del balconcito, séptima foto a su cocina. Octava foto: él le toma un close-up a los labios en picada. Fin del café, nuevos besos.
            Martha se siente más confiada, más alerta, menos borracha. Uno, dos, tres botones y listo: fuera la blusa y seguido el sostén. Ella casi le arranca la camisa. Él le hala de los pelos y la besa tierno. Entre mordiscos, besos y caricias, Martha olvida que trae a La Habana en su piel. Él la saborea sin reparos, ella lo degusta sin tapujos.
            “¡Qué rica, mami! ¡Cómo me gustas! ¡Qué chula!” A ella le da gracia su elocuencia. “Para hablar mierda, mejor no digo nada,” le confesó su amiga Ana y desde allí sigue el consejo. “Estás bien buena, no sabes lo rica que estás.” A punto de reír lo besa, lo muerde, lo chupa. “¡Qué grosera!” Y ella... se detiene. “No, no, pero me gusta.” Entonces dudosa continúa, decide cerrar los ojos para aprovechar las palabras. Las escucha y se mueve al ritmo de ellas, lo monta y lo disfruta. La ceguera que le produce no reconocer las frases, no ver familiaridad en el discurso erótico hizo que cerrara sus ojos con mayor fuerza para sumergirse en una oscuridad más profunda. Así las palabras se convertían en caricias caprichosas a su mente inquisidora. Así todo negro, todo a ciegas siente que lo amaría toda la vida, al menos en ese segundo. Las palabras de Efraín, tan llenas de gusto y placer las ve tan ajenas que no las siente como halagos. Y eso... la seducía. ¡Una forma de amar, de expresarse tan extraños! Gime con la soltura de la intimidad y Efraín que si rica, que si sexy, que si chula, que si muñeca, que si bella, que si linda, que si ¡grosera! Ella sonrío sin saber a qué se refería, pero con la intriga de la distancia que produce la improcedencia de los cuerpos... los contextos ajenos.
Desde ese día Martha se prometió solo amar extranjeros, extraños que naveguen por su cuerpo como turistas de tiempo, como viajeros, fotos fuera de foco, códigos distintos, aventureros de la Amazonía de su cuerpo.... Que entre el estar, el tocar, el oler y el decir, se convierta en sí en un laberinto de posibles interpretaciones, de posibles pérdidas y encuentros. Que más allá de lo lingüístico, de lo regional, el tacto y el instinto recobren su rol en el acto amoroso y sea así mismo un espacio, un umbral, un preámbulo….
“Un monumental parque de diversiones,” pronuncia Martha y deja a Efraín en un silencio tratando de descifrar la frase.



Camaguey, Holguín, CUBA
19 de junio de 2005






Publicada originalmente como “Historia de La Habana para ser leída en El Malecón”. Vagamundos (2006). http://www.vagamundos.net/2006/pagina.php?id=36

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