En la calle si usted tropieza muere. […] El Flaco sabe que es mejor
pasar por loco que por pendejo. Ahí te lo dejo. (24)
Rafael Acevedo. Guaya guaya.
(2012)
Luis Rafael Sánchez comienza su
novela La guaracha del Macho Camacho (1976),
ya un clásico en nuestras letras, con un lema: “La vida es una cosa fenomenal.
Lo mismo pal de adelante que pal de atrás”. En esas coordenadas quiero insertar
la novela Guaya guaya (2012) de
Rafael Acevedo.
Se
trata de una novela (o más bien de una antinovela que carga con la polifonía
propia del medio reggaetonero, y del imaginario popular) que se lee “solita”,
que interrumpimos para gozarnos las carcajadas, pero que paradójicamente nos
deja sintiéndonos muy tristes. Esta novela disfrazada de CD pirata de underground comienza de manera
inolvidable: “El Flaco seguía a la cuatro por cuatro bien cabrona montado en su
motora verde chatré. Habían robado la todoterreno la noche anterior en el
estacionamiento de Plaza Las Américas” (11). In media res[2]
se nos presenta un otro con un flow
que parodia el reggaeton mismo del cual se jacta de superar; con un cinismo que
se atreve a seguirle la línea a Sánchez, pero “sin fantasmeos”, vuelvo y cito
del texto: “Se robaron la cuatro por cuatro a punta de pistola. Ya tú sabes. No
te pongas bruto. Entregó las llaves tranquilo. Una USV del año. Del año que
sea. Una al año no hace daño” (11).
Cada
línea juega pedestremente, muy “a lo que se joda”, con todo un imaginario con
el que no tiene reparos. La foto del autor al final sacando el dedo es el
último gesto que nos regala subrayando así toda una actitud muy “quítate tú pa
ponerme yo” que si bien lo trabaja Sánchez en su obra, no lo hace con el
descaro ni la agresividad de Acevedo. Esto hace que Guaya guaya se vea como un relajo, se disfrute como un chiste, pero
la agresividad que mencioné nos lastima un poco; nos encara con una realidad
social penosa.
Esta
novela es un guilty pleasure y
compararla con La guaracha... puede
ser un acto sacrílego. Sin embargo, desde que la leí vi el valor de un texto que
persigue un discurso intocable, al que retoma bajo nuevos ritmos, nuevas
visiones. Es decir, nos topamos ante una narración que, en cierta medida,
continúa un modelo discursivo, pero de manera deconstructora y terrible. Guaya guaya es un texto terrible.
Terriblemente increíble, terriblemente agresivo, terriblemente valiente,
terriblemente soberbio.
Lo
más terrible en Guaya guaya es el
narrador. Vemos una voz que se uniona con ese otro que caricaturiza hasta el
espanto; que agrede al tú lector con la melodía del relato de la gran familia, degenerado
con el pasar de las modas y los bichotes de turno. Sin embargo, hay claras
distancias entre el narrador y ese otro, aparte de la parodia, hay cierta
mirada condescendiente al todo y a esa gran nada que lo compone. Como dije es
una novela que agarra todos los imaginarios y los pone en una vitrina
espectacular; todos los imaginarios: populares, académicos, literarios; y es en
ese escaparate que nos vemos reflejados y nos da una risa morbosa.
No
nos “acostemos de ese lao” entre chistecito, refrán, burla y crítica impertinente
hay una mirada profunda al proceso mismo de novelar. Por algo concluye enunciando
no saber de unos personajes que desde el comienzo parecían ser importantes. “Ni
me interesa, -nos dice- si quieres pregúntale a Teresa. Lambe y besa” (156). No
obstante, la omisión y el descuido en particular en el tratamiento de esos
personajes es sintomático de una sociedad enajenante, antropófaga y salvaje que
bien destruye y olvida despiadadamente a esos muchos que se tragaron el sueño
de hacerse artistas, de hacerse protagonistas de la historia popular.
Bonzo
y Seso, aspirantes a ser cantantes de líricas que no dicen nada, que no
importan nada, porque en última instancia ellos mismos no significan nada. Ni
siquiera sabemos si pudieron grabar enteramente su disco que gozaba de
canciones que parodian un mundo, un medio, una generación, una País:
Aquí llego con mi Aikido
acabando con el flow aburrido
con mi ultrasonido
carabina 30 30 te deja adolorido
soy el más aguerrido
cuando digo huelepinga tú te das por aludido. (99)
Por
eso me he hecho fan de esa cosa del Guaya
guaya y lo divertido es que lo digo con pudor porque es un libro tan
irreverente que lo convierte en un texto marginal por decisión propia, e
insisto: es esa intencionalidad lo que lo convierte en un texto genial,
increíble. El narrador se “pasa de listo” con sus refranes como pie forzado,
con su mirada cínica de la cultura popular y académica actual, con sus “aires ilustrados”
que de vez en vez retan al locutor de radio guarachero. Esa continuidad con la
tradición presenta la nación perreando en un abismo de concepciones
ilusionadas, llena de sensacionalismos que hiperbolizan una realidad
mediatizada. Así, nos lleva a que repensemos cómo vemos los discursos que nos
definen y deforman, la forma que nos relatamos. Precisamente, la manera en que
se roban el discurso de izquierda aquellos que intentaban asaltar el banco
demuestra esa decadencia en los discursos modulares de la sociedad:
Wiso,
para despistar, le dice que es una expropiación. Que se trata de los Comandos
Armados de la Liberación Popular y que tienen dinamita, granadas y que afuera
hay un coche bomba. Que exigen la liberación de los presos políticos. Yaquichán
mira a El Flaco y este se encoge de hombros. (39)
Esta
es la novela de los narcos de quinta que tienen un sueño marcado por el cine
comercial y las melodías degradadas de una cultura medio dormida. Es una novela
del miedo por eso Seso: “Es un soberano pendejo, tan asustado que anda armado y
es capaz de soltarle un tiro a cualquiera antes de terminar de cagarse encima.
Para llegar a la cima. No lo ha hecho porque siempre se le olvida debajo del
matress. El arma de fuego. Por eso lo deja para luego” (15).
Es
una novela de olvidos y olvidados, de sueños frustrados, de actuaciones
mediocres e idolatrías burdas a Maripilí, de miradas alternas a una sociedad
marginada, de la corrupción de todos los modelos y de todos los discursos. Es
la novela de la falta, la carencia, del Luis, Luisín, Luisito, Miremamao, El
Flaco que tiene que hacer constar su presencia con el espectáculo de violencia
(hasta yo me pongo a rimar sin mirar). Es la tragedia de Wiso: “Hijo de Chela
que lo crió sola. Sobrino de Macho, que murió de SIDA. Primo de Machito que es
HIV positivo. Ahora va a asaltar un banco. Sin quererlo porque a él se le
ocurrió este acto que no tiene sentido” (28). Al garete, suelta como gabete, ya
ni la gasolina, Guaya guaya nos
presenta la historia de un corillo dejado a su suerte, y su suerte no tiene
otra posibilidad que la del encierro, la segregación y la muerte.
Dentro
de toda esa desgracia hay una voz narrativa gustosa, consciente, ingeniosa. El
narrador en varias ocasiones nos recuerda el artificio, nos recuerda la
intencionalidad; y es un déspota encantador. De allí que Guaya guaya sea un problema, problematiza la hermenéutica de los
discursos, hasta del propio discurso novelesco, aun la propia mirada
parcializada y prejuiciada que se burla de un otro al que relega a un remake de una película de acción. Es la
novela que acusa un sistema que no permite la inclusión, que persiste y
subsiste en la ilusión y de allí que lo sustancial no sea necesario. Los sueños
de trascender no emergen más de allá del consumir, meter miedo y seducir. Aun
los valores de izquierda se hacen el espectáculo de un noticiario que reinventa
una historia, tal vez más atractiva, pero una historia absurda, que ridiculiza todavía
más dichos imaginarios populares. ¿Por qué la ridiculización? Las últimas
páginas nos encaran con una confesión: molestia ante un sistema que lleva al
suicidio, al olvido porque la realidad es que se siempre se busca evitar la
eventual omisión. El narrador nos confronta: “Fíjense que no se están
preguntando por el cocodrilo para no perder el hilo” (154). Caemos siempre en
la antropofagia.
Una vez leí en El Batey[3]: “I’ve given up in my search for truth, now
I’m looking for a good fantasy”. En Guaya guaya nos topamos con
una sociedad que se rindió de buscar un ideal y se dio al simulacro, a la
fantasía, a la filosofía longeva que guaracheaba: “La
vida es una cosa fenomenal. Lo mismo pal de adelante que pal de atrás”.
[1] Este artículo fue publicado en Revista Cruce, http://revistacruce.com/letras/guaya-guaya-un-evento-contagioso.html. La novela
intertextualiza la cultura y el hype
de Guaya Guaya Fest, festival que presenta una muestra sustancial de los
exponentes del reggaetón.
[2] En el lenguaje popular se dice que alguien es una res cuando carece
de brillantez o sagacidad. Cosa que descubrimos eventualmente en los personajes
(que son reses).
[3] Barra icónica del
Viejo San Juan.
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