sábado, marzo 08, 2014

Estancias


En homenaje a Mieke Bal
A: René Pérez Martínez


Fue una equivocación dejarte ir a la esquina, de no haberte dejado, ahora no estarías preso y yo estaría contigo. No supuse lo de la redada como tampoco supuse que tendrías contigo tanto que te inculparía por tanto tiempo. ¿Alguna vez serás libre? Y cuando los seas, ¿estaremos juntos?

“Presa, culpable de tener una vida perfecta”, le anunció a la sicóloga que llevaba su caso. Mientras fumaba cigarrillos sin parar lo único que hacía era dibujar un rostro que se le antojaba imaginar a cada rato que recordaba que en su perfección le faltaba una sola cosa.

Llevo preso diez años y todavía me parece escuchar su voz quebradiza y oler su piel. Estoy tan preso en estas paredes como lo estoy en el recuerdo suyo.

En un centro de envejecientes de afiliación católica, Arturo se mece y se mece pensando en cómo lograr que su madre le dé permiso para salir a verla. Hay veces en las que decide escaparse, pero alguna de sus hermanas lo delata y no logra salir a verla. La peor de las veces es cuando le dicen que ella está muerta, pero Arturo está muy convencido de que habló con ella ayer.

Aun en la distancia, el perro de los Del Río –enyugado y condenado a vivir recluido en la parte trasera de una casa y cuyo único contacto con otro ser viviente reside en ese pequeño instante en el que le tiran un cacharro con las sobras del día– huele la perrita bonachona de los Monte que tímidamente limpia su celo.

En la nueva escuela, Rosalina no hace amigos. Dibuja ojos llorosos en sus libretas y escribe “Camilo” con insistencia obsesiva. En su nuevo trabajo, el padre de Rosalina aprende nuevos vocablos y, a pesar de su resistencia inconsciente, aprende un nuevo idioma que lentamente convierte su nombre en un disparate.

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