viernes, septiembre 26, 2014

Eugenio María de Hostos y el mar (cuento para niños de tercer grado)


            En la borda del barco de vapor vemos a un hombre de mirada triste que se aleja del puerto de San Juan de Puerto Rico.  Es delgado, de barbas abundantes, su vestimenta le da un porte ilustre, y está respirando melancólico. ¿Sabes quién es? Su nombre es Eugenio María de Hostos, el Ciudadano Eminente de las Américas y el Maestro de Maestros. ¿Pero por qué vemos su mirada perdida en las olas del mar antillano? Empecemos desde el principio:
            En el Barrio Río Cañas de Mayagüez llovía torrencialmente, había una tormenta. Los sonidos de los rayos opacaban a una mujer pariendo: esa noche del 11 de enero de 1839 nació Eugenio, llamado así por su papá. Aseguraban que él estaba destinado para cosas grandes porque a pesar de sufrir muchas enfermedades, “se salvaba de milagro como si fuese importante que él viviera y creciera,” comentaba orgullosa su madre, Hilaria.
            Desde Río Cañas Eugenio podía oír el mar, el oleaje lo arrullaba. Mayagüez en 1839 era un pueblito lleno de palmas y cañaverales. Las pocas edificaciones que lo componían se agrupaban en el centro del pueblo y por eso en Río Cañas, día y noche, Eugenio se divertía oyendo el mar. Así aprendió a amar el mar bravío, de olas grandes y poderosas; esas olas eran las que mejor se escuchaban desde su casa. Por eso aun de adulto, Eugenio miraba las olas y se concentraba para escuchar el mar desde su barco de vapor que lo conducía a la República Dominicana.
            Los padres de Eugenio no escatimaron y lo enviaron a estudiar a España. Allí hizo su Bachillerato y estudió Derecho. También allí escribió su primera novela en 1863, La peregrinación de Bayoán. Buscaba llamar la atención sobre el caso de Puerto Rico y Cuba, quienes seguían siendo colonias de España. Además, luchó por abolir la esclavitud, una de las mayores tristezas en nuestra historia. Decepcionado porque España no quiso darles derechos políticos a Cuba y Puerto Rico, Eugenio comenzó una larga peregrinación, como el Bayoán de su novela. Fueron momentos muy duros porque Eugenio no tenía suficiente dinero y sufrió hambre, pero estaba convencido en lograr que Cuba, Puerto Rico y la República Dominicana funcionaran como un solo país (así mismo pensaban otros próceres que conocerás: José Martí y Ramón Emeterio Betances).
            Nueva York era una ciudad en crecimiento, la gente caminaba por sus calles y hablaban de libertad y democracia. Eugenio trabajó como reportero y fue testigo de eventos muy importantes como la redacción de la Constitución de Estados Unidos. Ver esto le llevó de nuevo a pensar en las Antillas. Para Eugenio (a quien llamaremos Hostos porque ya tiene alrededor de 30 años) Las Antillas servirían de antesala a la democracia y libertad de toda Hispanoamérica. Así abogó por reformas para Cuba y Puerto Rico. “Lo que buscamos es unirnos a esta gran nación norteamericana,” le argumentaban algunos compañeros. “¡Cómo es posible! ¡Liberarnos de una nación para unirnos a otra!” reprochaba decepcionado.
            En su deseo por lograr la libertad antillana, Hostos peregrinó por Suramérica. No fueron viajes de placer, sino modos genuinos de conocer la realidad. Sin Internet, aviones ni televisión, el único modo de saber qué pasaba en los demás países era visitándolos, navegando en barcos de vapor a veces por meses en alta mar, a veces topándose con huracanes furiosos que hacían que el barco rugiera y sus tripulantes rezaran asustados. Hostos veía el mar crecerse y se tambaleaba por el azote de las olas. El sonido del fuerte oleaje acompañaba a Hostos en sus viajes...
Perú fue uno de los países suramericanos que le impresionó. La hermosura de su paisaje y de los cholos, mestizos indígenas y blancos, le recordaron a los jíbaros puertorriqueños y al verdor de sus campos. Vio a los cholos como la futura raza del Perú y encontró en sus cánticos un arrullo similar al del mar. Allá fundó una sociedad intelectual, Los Amantes del Saber y escribió en el periódico, La Patria, y de esas experiencias suramericanas escribió un libro hermoso titulado, Mi viaje al Sur.
            Vivió también en República Dominicana y Chile donde enseñó nuevos modos de dar clase y de ver la educación. En esos tiempos las mujeres no recibían la misma educación de los hombres y Hostos en sus ensayos y escritos decía que la mujer tenía derecho a ser educada. Pensamiento muy extraño en ese tiempo, “las mujeres son frágiles y deben dedicarse a los hijos,” decían unos, pero Hostos decía que se les debía dar a las mujeres toda la educación para que hubiese libertad real en los países.
Sin embargo, la Guerra Hispanoamericana lo llevó de vuelta a Puerto Rico en 1898. Trabajó en conjunto con Manuel Zeno Gandía (un escritor reconocido) para asegurarse de que se atendieran las necesidades de Puerto Rico y con la preocupación de que la Isla lograra libertad política. Ante la idea de que obtendrían mayores y mejores libertades con Estados Unidos, los puertorriqueños no le hicieron caso a Hostos y permitieron ser colonia de Estados Unidos. De allí que lo veamos de nuevo en el barco de vapor mirando las olas espumosas, pero esta vez entristecido porque se marcharía de la Isla para no volver jamás.
La República Dominicana alojó a Hostos donde continuó sus labores como maestro y rector. Tristemente moriría 4 años después. Quienes le acompañaron mientras convalecía dicen que ese día, el 8 de noviembre de 1903, el mar estaba engrandecido, furioso; ese oleaje le transportó a su patria. Hostos pidió que lo enderezaran, “quiero ver el mar”.  Así entonces pudo despedirse también de su más grande acompañante y permitir que le arrullara una última vez.


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