He aquí mi secreto. Es muy simple: no se
ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
Antoine
De Saint-Exupéry
Enseñar niños es sumamente
complicado. Hay una gama de gente a la que se tiene que complacer y a la que
hay que guiñarle el ojo (padres, directores, colegas, agentes del Estado y de
la cultura…) mientras, con una agenda casi subrepticia, enseñamos. Asimismo,
como padres sentimos el agobio de un sistema que mide sistemática,
estandarizada y equitativamente, y esto en los métodos de evaluación funciona
mal, sobre todo cuando sabemos de entrada que lo que impera es la diversidad.
Los estándares, las pruebas y otros
mecanismos institucionales deciden de manera higiénica quién aprende y quién
no. Tan sencillo como si a un estudiante se le dificulta aprender a la misma
velocidad o del mismo modo que el resto, tiene un problema de aprendizaje, y si
un estudiante tiene problemas para autorregularse, hay que ver si necesita
medicación. No digo que nunca sean necesarios los diagnósticos ni las terapias
ni los medicamentos, pero ciertamente esa nubecita estresante agobia a los
padres tanto como a los maestros. Hace un tiempo atrás publiqué en mi blog
(http://alexandrapagan.blogspot.com/) una carta que les envié
a los padres de los niños con los cuales trabajo. Decía así:
Saludos, padres:
Les escribo porque estoy preocupada
por algo que veo que se está repitiendo a lo largo del curso. Aunque es muy
estimulante ver que se interesan por el trabajo académico de sus hijos, es
importante que les permitan a ellos realizar sus asignaciones. La única forma
en la que sus hijos podrán desarrollar su expresión escrita es mediante la
experimentación propia, son esos acercamientos al lenguaje los que les
permitirán desarrollar una voz y una conciencia lingüística normativa, así como
el pensamiento crítico.
Recuerden que nunca hay una manera
correcta de decir las cosas, sino que hay múltiples formas de: escribir una
carta, redactar un párrafo descriptivo, explicar una lectura, pero dentro de
toda esa multiplicidad la única que nos compete en el curso es la del niño. La
manera sencilla y simple; refrescante de expresarse, la carencia de un
vocabulario rebuscado, la repetición de adjetivos e incluso, la falta de
coherencia y cohesión son propios de los escritores novatos (como los niños,
pero esa es la base de una búsqueda de cómo decir, cómo expresar, cómo mirar,
que es fascinante…).
Entiendo que surge de su interés por
que su hijo tenga un buen trabajo, pero sé que les doy clase a niños, y espero
cartas, párrafos y oraciones infantiles. Además, coartarles la propia expresión
es en cierta medida limitarles su creatividad y derecho a construir su
aprendizaje. Cuando les doy una tarea para realizar en la casa no espero que
realicen un texto muy elevado ni grandilocuente… sino un texto sencillo de
niños. Entonces en el salón les sugiero, les pregunto y así poco a poco van
desarrollando unos mecanismos de escritura que solo se dan cuando son ellos los
que aprenden de sus logros y errores.
No se preocupen que por trabajos
escritos jamás penalizaré a sus hijos (a menos que sea que no los realicen,
pero ya esas son otras circunstancias).
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgTe92vfJegoxOqM9WDYj_kMPypaEEz_VwbhoQURB-BxfeXtgNpxepeGmGF_m1vv5JtsSR6gZ6DxMVLE1Df9Q-TAd5DtvSTFdtCIaB6y_h3VQORyh8xUYJtOGqyJx9p-EspQFUwZA/s1600/palabras-edu.jpg)
Una maestra de muchos años en el
magisterio, a quien admiro mucho, me cuestiona: ¿tú no das exámenes? Sentí
cierta culpa, sentí de pronto que toda la emoción constructivista y toda mi
filosofía educativa habían quedado al desnudo y solo me quedaba taparme, pero es
que veo innecesarios los exámenes. Insisto en que lo que nunca olvidamos de
todo lo que hemos aprendido en la escuela es el proceso, son las destrezas que
se adquieren, lo que aprendemos verdaderamente son los mecanismos, y lo que se
va a la memoria de largo plazo es lo que practicamos de forma habitual. ¿Cómo
vas a medir lo que se aprendió en gramática?, me apuñala en un gesto de honesta
preocupación por el aprendizaje de los estudiantes de cuarto y quinto grado.
Pensé que preguntaría en términos de conceptos porque lo que se aprende
gramaticalmente solo se mide en el habla y la escritura. ¿De qué me vale que un
estudiante pueda identificar al sujeto y al predicado si aún conjuga “un grupo
de gente corrieron por la calle”? Claro, en las pruebas estandarizadas se mide
eso y por tanto, hay que asegurarse que lo puedan trabajar en un ejercicio de
selección múltiple. Nuevamente hay algo que falla porque lo que queremos es que
lean, y que comprendan lo que lean, que más tarde cuando escriban sepan usar la
puntuación y escriban textos sólidos porque a fin de cuentas esto nos ayuda a
entendernos mejor como seres humanos; el dominio de la expresión escrita
redunda en una expresión verbal más fluida. Si puedo leer textos complejos y
entenderlos, podré comprender también a nivel de la escucha.
Soy adicta a las teorías fundamentadas
en el constructivismo orgánico y la psicología cognitiva, y cuando la maestra
me cuestionó, la sobria realidad de la experiencia longeva se enfrentó con mi
idealismo. Acepté la puñalada con mucha sumisión ante la experiencia de mi
amiga y bajé la cabeza diciendo: sí, les daré exámenes. Sí, hay que obligarlos
a estudiar día a día, a que se lo tomen en serio, me remata. Calladita, muy
triste y consternada… En el sentido escolar, ¿hay realmente que tener que
estudiar para aprender? ¿Todo lo que se aprende es medible mediante un examen?
¿Qué es tomárselo en serio? ¿Tomarse en serio qué? ¿Será esta actitud de la
medición y de la seriedad la que lleva a los padres a hacer los trabajos de sus
hijos? ¿Será la visión adulta la que nos ciega del mundo y necesidades de los
niños? ¿Qué queremos que aprendan?
Una madre molesta me peleó con
desdén y cierta condescendencia. Su hijo no merecía la C, siempre había sido
niño de A, alegaba. Cuando saqué mi rúbrica holística, se resistió a mirarla.
¿O sea que usted incluye la conducta en la nota?, me reprocha. Porque yo pienso
que una cosa es lo académico y otra es la conducta, alardea simulando
ilustración. La destreza de la escucha no se mide normalmente, los acuerdos del
salón (que son un pequeño laboratorio de lo que será la convivencia) no valen
en las notas… ¿qué realmente debe constar como aprendizaje? “Us, e, um, i, o”
eso es lo primero que me viene a la mente cuando pienso en la clase de Latín,
es más, eso es lo que pienso cuando el latín como lengua se asoma por mi mente.
Me tatué las desinencias en la memoria, saqué A en el examen… y lo único que
recuerdo es eso: “us, e, um, i, o”. Jamás me atrevería a decir que tengo un
conocimiento básico del latín, pero saqué A.
Esa cosa de la disección de
asuntos, de ver el aprendizaje como un producto y un medio de consumo nos
entorpece, nos aleja del objeto real que es guiar a los alumnos a generar
estrategias de aprendizaje significativo y pensamiento crítico. Esa insistencia
lleva a los maestros a crear evaluaciones descontextualizadas (pero
irrebatibles) que si bien miden la adquisición de conceptos, se convierten en
jueguitos para crackear (como memorizar “us, e, um, i, o”, escribirlo en la
esquinita del papel y hacer los ejercicios). Si mi mayor estímulo en la escuela
es lograrme memorizar unidades temáticas, mi mayor logro será encontrar formas para
memorizar fácilmente, y así aprenderemos a obedecer y someternos, a pintar
dentro de las rayas de un dibujo reproducido miles de veces, a tener A, pero seremos
descomprometidos, enajenados… en juegos así lo que vale es ganar. De allí que
listo sea también quien sabe engañar.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiFlYzTIKgG1jyV-Rjuh9vtb40JuRYYJb_8o_eHh_-I-x6OUymBmrpxt57VlKv4pctewWnnjWy9k-6r6TRgp7HeO_r3WmASF3rGsq8iicy3s6aI0NBlx2SoylCKnu0LP0zQBrtHzg/s1600/escuelas.gif)
En
última instancia enseñamos para que los niños aprendan… “aprendan a aprender”… esta
frase es un cliché pedagógico, pero más que eso también enseñamos para que los
niños disfruten de las tareas de aprendizaje. A veces lo que medimos son las
fallas del niño, ustedes empiezan con A y van perdiendo puntos, me dijo un
profesor. Lo que pasa es que si medimos los logros nos cansaríamos, los niños
logran tanto, aprenden tanto, se mejoran cada día… más fácil es destacar dónde
fallan y de allí saco los puntos… algo así es el sistema.
Mis conocimientos callejeros me
enseñan que más sabe el diablo por viejo y que del dicho al hecho y que del
agua mansa… Al final, las pruebas PIENSE, las Pruebas Puertorriqueñas, el
Learning Aid, College Board, etc. nos indican que parte del juego es hacerlos
estudiar, memorizar y contestar un ejercicio de selección múltiple. El día que
hagan un instrumento que de manera efectiva y concienzuda mida el aprendizaje probablemente
descubriremos que es cuestión de ver la enseñanza de otro modo, lejos de la
noción de productividad, consumo y del simulacro de tedio con la cual la
adornamos para hacerla inaccesible a los que no pueden jugar el juego de
Memory®, Scrabble®, Monopoly® o Jeopardy®. El día que veamos que es otro juego
y que es un juego que va cambiando y se va modulando por quienes lo juegan, y
que lo más divertido es ver lo que se logra de modo integral, se sumarán al
desempleo y a la bancarrota todas esas agencias evaluadoras y acreditadoras,
todo ese negocio que nos nubla la noción de lo que es aprender y
consecuentemente, lo que es enseñar. Lo verdaderamente valioso que se aprende
es algo así como la trillada cita de El
Principito que sirve de epígrafe en este escrito: “invisible a los ojos”.
[1] Este artículo se
redactó bajo la visión del proceso de enseñanza-aprendizaje del Español como
materia en los grados primarios, y de allí que los ejemplos se circunscriban a
ese ámbito. Sin embargo, las nociones sobre el proceso de aprendizaje y la
mirada a los métodos de evaluación se extienden a todos los niveles y todas las
disciplinas.
[2] Este articulo se publico en la Revista Cruce, 4 nov. 2013: http://revistacruce.com/politica-sociedad/hay-que-estudiar-para-aprender-un-examen-mide-el-aprendizaje.html
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